4 comentarios

  1. Hablando de burkas:

    http://www.elmundo.es/elmundo/2006/11/30/solidaridad/1164852853.html

    Fijaos las sandeces que dice:

    [… «Nadie me obligó a ponérmelo. Yo lo elegí por mi seguridad, porque soy extranjera y corremos peligro de que nos secuestren» ]

    Pienso que, en el caso de la joyeria, esta no fue atracada. Los joyeros eligieron dar ‘libremente’ las joyas a los ‘atracadores’ solo porque corrian el peligro de ser disparados.

    ¡Clarisimo!

  2. Que problema tiéne esta mujer para volver a España si la pasa tan mal allí? España da una suma de dinero mas gastos de mudanza y ayudas en la oferta laboral a todos los repatriados.
    Quizas quiere traer a su marido tambien y éste no tiene un expediente muy limpio?
    Vaya con la historia! De Londres se van de visita a Kabul y se quedan allí porque les roban los documentos… pero hay consulados no?
    Que no me creo nada de lo que dice…!!

  3. «[… “Nadie me obligó a ponérmelo. Yo lo elegí por mi seguridad, porque soy extranjera y corremos peligro de que nos secuestren” ]»

    Lo chusco es que la preocupación puede tener una base muy legítima… pero en su país de origen, y no aquí.

    Es el círculo vicioso del puritanismo moral. El exceso religioso genera una sociedad infantilizada y tendente a la autoexculpación, además de enormemente reprimida. Ello crea delincuencia, violaciones, abusos de poder, agresiones… Luego, como efecto compensatorio, se multiplican aún más las costumbres puritanas, la represión, el paternalismo y las prescripciones dogmáticas. Y así ad nauseam.

    Esta es la hipocresía de las sociedades fundadas en semejantes conceptos de vida. Esta es la hipocresía, hoy por hoy, del mundo musulmán.

  4. Tengo una amiga musulmana, excelente persona, que cumple puntualmente con sus obligaciones religiosas, pero que no lleva velo ni pañuelo ni nada que se le parezca, y que se ha adaptado perfectamente al modo de vida occidental. Es una chica extraordinaria, de una simplicidad bellísima.

    Esta amiga, en una ocasión, me pidió un favor para el que necesitaba robarme una parte importante de mi tiempo. Le dije que sí, por supuesto. Su reacción entonces fue sorprendente para mí, y me hizo pensar: se extrañó muchísimo de que yo hubiera accedido a su voluntad de una forma tan rápida y natural, sin oposición. De acuerdo que tampoco en nuestra sociedad todo el mundo (y menos el género masculino) somos siempre tan considerados, pero realmente ella estaba muy asombrada con mi servicialidad, que para mí y otros es algo muy normal. Hablando en plata: como si el hecho de que un hombre aceptara cumplir sin traba alguna la petición de una mujer resultara, todavía y pese a su occidentalización, algo sumamente chocante para ella.

    Ya digo, me hizo pensar mucho. Sobre todo, que es muy triste que sean en gran medida las propias mujeres las que acepten seguir arrastrando los asfixiantes estereotipos y tabúes que les impone la falocéntrica (esa sí, y no la occidental a la que tanto atacan las acomplejadas y contradictorias «feministas» multiculturales) cultura en la que viven.

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