¿Por qué hay terrorismo? ¡Porque funciona!

Así de sencillo. Los delirios de los de la boina, como los del turbante, nos darían la risa si nuestros políticos persiguieran seriamente a los terroristas y acosaran a quienes obtienen ventajas políticas del terrorismo. Es decir, la clave está no en los terroristas –a los que hay que aplicar el código penal- sino en los nacionalistas democráticos y los islamistas moderados, a los que hay que aislar políticamente.

Pero como no es el caso, unos seguirán poniendo bombas y los otros presentando exigencias políticas:

El éxito de la masacre de Munich (1972) lo cosechan los terroristas palestinos, dice Dershowitz, sobre todo dieciocho meses después, cuando Arafat es invitado a hablar ante la Asamblea General de la ONU (1974). La estrella de aquel terrorista sanguinario ya no dejaría de brillar. En los siguientes años, sería recibido por los máximos dirigentes de numerosos países (España no podía faltar). También, seis veces, por el Papa Juan Pablo II. Ya a finales de los 70, la OLP tenía relaciones diplomáticas formales con 86 países, mientras que Israel las tenía con 72. Es probable que España fuera entonces uno de los países que tenía relación con la OLP y no con Israel. El franquismo y la amistad hispano-árabe. La OLP disponía a finales de los setenta de una sede en Madrid. Nos llamaba la atención.

Que no cuenten conmigo para asistir a funerales ni manifas “por la paz”, lo que hace falta es declararles la guerra, sin prisioneros.

Léelo entero: Septiembre negro, la comadrona y Arzallus

3 comentarios

  1. Llevas toda la razón. Es una vergüenza ver cómo muchos de estos personajes acaparan toda la atención de los medios de comunicación que los tratan casi como a héroes o «luchadores de una causa», y no son más que vulgares asesinos en serie, psicópatas y dementes, que matan a otros seres humanos porque es la única manera que encuentran para combatir sus propias frustraciones.

    Igualmente vergonzoso es ver cómo salen sonriendo en las salas donde van a ser juzgados, burlándose con prepotencia de sus propios juzgadores y de la sociedad en general, con toda la calma y laxitud del mundo, como si estuvieran jugando una partida de naipes entre amiguetes. Y es que claro, no se juegan gran cosa, solamente unos cuantos años de privación de libertad que se verán reducidos por buen comportamientos y mamarrachadas similares. Al final salen a la calle y los de su pueblo los tratan como a ejemplos a seguir, verdaderos valientes, símbolo de la lucha contra el «opresor» (¿qué opresor?).

    Seguramente la cosa cambiaría si en vez de jugarse unos años entre rejas, estuvieran en juego su libertad prepetua e incluso sus vidas. Entonces ya no sonreirían tanto estos valientes en las salas de las Audiencias. Pero claro, tenemos instaurado el «laissez faire, laissez passer» en todos los aspectos de la vida y así no se va a ningún sitio. Menos cuando ese principio liberal se utiliza para masacrar los derechos y las libertades de los demás. Simplemente vergonzoso.

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