Campo de Cartagena: Inmigrantes parados de la construcción dedicados al robo y a la violencia en los campos

Me temo que esto es solo el comienzo:

Psicosis en el Campo de Cartagena

Los agricultores salen a patrullar sus tierras para evitar robos de los inmigrantes que hasta hace poco trabajaban en el sector de la construcción.

Juanjo Muñoz

No hay día en el que no te cuenten otro robo, un atraco o una paliza, pero tenemos que seguir saliendo a trabajar”. Desde hace unos dos meses esta es la sensación de los agricultores del Campo de Cartagena, en la Región de Murcia, que dicen vivir en un estado de psicosis, debido a las continuas agresiones en los caminos de servicio, en los invernaderos e incluso en sus propias fincas. Según explican, en la mayoría de los casos, los autores son inmigrantes marroquíes o de países del Este. “Por la noche tenemos que abrir y cerrar bocas de riego y yo, si puedo, lo hago sin siquiera bajarme del coche”, explica Ginés Bermúdez, uno de los afectados.

En diputaciones como Pozo Estrecho o La Palma, es fácil encontrar testimonios como éstos. Denuncian la falta de vigilancia por parte de la Guardia Civil y la sensación de impunidad con la que actúan sus agresores. “Siempre ocurre igual. Se acercan para preguntar si tienes trabajo, muy educadamente, pero antes de que te des cuenta te han rodeado”, explica Bermúdez. Los asaltantes la emprendieron contra uno de sus trabajadores. “Atacaron a uno de mis empleados, ya mayor, y cuando estaba solo. Hay una oleada impresionante de robos”.

La mayoría de los agricultores agredidos evita dar su testimonio o llamar la atención. “Hay miedo y saben dónde vivimos, así que prefieren pasar inadvertidos”. Así lo explica el representante de la organización agraria Coag en la zona, Vicente Carrión. Ellos fueron quienes hicieron pública la denuncia hace unas semanas y esperan que sirva para ver más a menudo a los agentes de la Guardia Civil por sus explotaciones. Sólo en las últimas semanas se han acumulado ocho denuncias por agresión y robo en la misma zona. Coag asegura que otros muchos incidentes no llegan a los cuarteles de la Benemérita y no duda en señalar a los inmigrantes del norte de África y a individuos de origen gitano como autores de los robos.

La Delegación del Gobierno, por su parte, niega que la situación haya llegado al extremo que describen los agricultores. Además, considera “preocupante” que se indique expresamente el origen étnico de los supuestos asaltantes y que se anuncien actuaciones “contundentes”. Otras fuentes cercanas a la institución acusan a los representantes agrarios de querer fomentar “un segundo El Ejido”.

“Nos han llamado racistas por hacer esta denuncia, pero eso no cambia el que los que han robado y pegado sean quienes sean”, explica Carrión. “Nosotros trabajamos con muchos inmigrantes y no ha habido problemas hasta ahora, pero hay que denunciarlo”. Según las manifestaciones de Coag, lo peor podría estar por venir si la situación no se ataja a tiempo. Los agricultores han llegado a pronosticar incluso una “explosión de violencia”, explica el portavoz de la asociación agraria. Las más de 4.000 explotaciones agrícolas de la comarca —que incluye ocho municipios, entre los que destacan Cartagena, Torre Pacheco o Fuente Álamo— han servido durante los últimos años de “trampolín” para muchos inmigrantes que han obtenido aquí los papeles. Generalmente, luego saltaban a la construcción que también crecía exponencialmente en esta parte del litoral o partían a otros países de la Unión Europea. La zona ha sido un reclamo para muchos trabajadores inmigrantes mientras florecía una agricultura altamente tecnificada en la que se han multiplicados invernaderos que cultivaban pimientos y extensiones de terrenos dedicadas a la plantación de cítricos.

“En determinados momentos pueden existir hasta 15.000 puestos de trabajo, pero no ahora que se acaban los cultivos”, añade Carrión. El problema, en su opinión, es que muchos de los que empezaron en los invernaderos de la zona hace años y pasaron luego a la construcción han regresado ahora ante la falta de actividad del ladrillo. Pero no hay ya sitio para ellos como lo había antes. “Lo que ocurre es que también en el campo tenemos un parón y mucha gente se plantea seriamente cultivar la próxima campaña, porque los costes de agua, de gasolina, de fitosanitarios y otros productos necesarios para el desarrollo de la agricultura han subido demasiado”, sentencia el representante de Coag en la zona.

La situación está provocando una crisis en los agricultores, que hoy por hoy toman todo tipo de medidas para evitar robos. Nunca salen solos a trabajar en sus tierras e incluso se turnan para que en todo momento estén vigiladas sus posesiones. Una auténtica psicosis que resulta consecuencia directa de la crisis del ladrillo en la que cada vez más se introduce la economía española.

Dos semanas sin teléfono por el corte de un cable

Miranda es una pequeña población situada en el Campo de Cartagena, donde alrededor de 500 viviendas pasaron al menos dos semanas sin teléfono. La razón, explica uno de los vecinos afectados, «que simplemente vinieron y cortaron el cable”. El cobre del cableado telefónico es fácil de vender y en esta área por las noches pueden desaparecer cientos de metros de un día para otro, como el que aparece en la foto. Lo mismo ocurre con plásticos, útiles de riego y otros materiales utilizados por los agricultores. Estos útiles, por su propio uso, quedan todo el año al descubierto. Según Carrión (de Coag), “en realidad es más valioso el destrozo que causan que lo que roban, pero lo peor es la sensación de miedo” que transmiten. “Ha llegado a una situación en la que puede pasar cualquier cosa”.

Eso lo dice Paco Martínez, en cuya casa entraron para atracar a punta de pistola hace unos meses, incluso con sus padres en el interior. Visto lo visto, considera que eso era “un robo normal, no como ahora, que te dan una paliza por nada”. “Antes —cuenta Martínez— iban en busca de buenos coches, pero ahora parece que les vale cualquiera”. En sólo dos o tres kilómetros a la redonda, hay otros tantos casos de vecinos, agricultores como él, agredidos por estos vándalos.

Gracias por el aviso, (*).

9 comentarios

  1. Creo que ya basta de la violencia musulmana. Si la policia no hace nada debido a las leyes filo-islamicas de Europa, entonces se desatará una violencia callejera de europeos contra moros, y fijate tuha´saber si los europeos no somos brutales….. dos guerras encarmizadas muestran nuestra crueldad. Despues que los musulmanes no se quejen de lo que les espera En el séptimo coloquio (διάλεξις, controversia), editado por el profesor Khoury, el emperador toca el tema de la yihad, la guerra santa. Seguramente el emperador sabía que en la sura 2, 256 está escrito: «Ninguna constricción en las cosas de fe». Según dice una parte de los expertos, es probablemente una de las suras del período inicial, en el que Mahoma mismo aún no tenía poder y estaba amenazado. Pero, naturalmente, el emperador conocía también las disposiciones, desarrolladas sucesivamente y fijadas en el Corán, acerca de la guerra santa. Sin detenerse en detalles, como la diferencia de trato entre los que poseen el «Libro» y los «incrédulos», con una brusquedad que nos sorprende, brusquedad que para nosotros resulta inaceptable, se dirige a su interlocutor llanamente con la pregunta central sobre la relación entre religión y violencia en general, diciendo: «Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición de difundir por medio de la espada la fe que predicaba».[3] El emperador, después de pronunciarse de un modo tan duro, explica luego minuciosamente las razones por las cuales la difusión de la fe mediante la violencia es algo insensato. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma. «Dios no se complace con la sangre —dice—; no actuar según la razón (συν λόγω) es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma, no del cuerpo. Por tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas… Para convencer a un alma racional no hay que recurrir al propio brazo ni a instrumentos contundentes ni a ningún otro medio con el que se pueda amenazar de muerte a una persona».

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