Este es el quinto artículo de la serie Gracias y desgracias del liberalismo hispano, o “La libertad traicionada, Siete ensayos españoles” de José María Marco.
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De buena familia, arruinada. Se dedica al periodismo: Va a Cuba, donde le afecta mucho la derrota. Empieza la crítica de España:
p. 195:
«La ‘golfería’ se traga la nación y la raza. Cada español se ve obligado a sostener tres vagos: un hijo suyo, un general y un magistrado».
Se marcha a Londres tras un duelo. Le gusta el nuevo país y «se aburguesa». También pasa una temporada en Alemania. A la vuelta participa en el Partido Reformista, republicano moderado. Se aparta de la vida pública. Visita la Italia fascista de 1924 y EE. UU en 1925. Le fascinan.
p. 216:
«Si se implantara la república -había escrito en agosto de 1930-, al cabo de pocos años se produciría en el país un levantamiento armado de carácter tradicionalista, como en 1873, o una crítica profunda y extensa de la ideología liberal, en caso de no ser posible un levantamiento en armas».
Es exactamente lo que va a ocurrir, y Maeztu va a participar en ambos movimientos. Para él, la República será el penúltimo acto de una tragedia que data de más de un siglo atrás. Con ella el liberalismo cumple al fin su verdadera misión histórica: abrirle la puerta a la revolución.
Por supuesto, el liberalismo abrió el camino. Empezó como una revolución, bastante sangrienta.
p. 217:
«Si la derecha ha mostrado, sobre todo en los últimos años de la Dictadura de Primo de Rivera, una desidia suicida, ha llegado la hora de la defensa. Ser, afirma sin descanso el Maeztu militante de estos años, es defenderse».
Desde luego, perseverar en el ser es la primera obligación de todo viviente.
Participa en un intento golpista que no llega a producirse. Funda la revista Acción Española. Se hace cada vez más tradicionalista e hispanista.
p. 221:
«Maeztu, deslumbrado por Hispanoamérica, insistirá en que a los españoles se debe la invención de la historia universal y la del ser humano como portador de una potencial cultura universal».
Correcto. Esa es la esencia del hecho imperial, y España fue el primer imperio universal, luego…
Participa en Renovación española. Tras la revolución de 1934:
p. 223:
Maeztu tiene otra vez la impresión de clamar en el desierto. Ni siquiera la formación del Frente Popular, con los republicanos de mascarón de proa para una coalición en la que no faltan los comunistas y en la que participan todos los responsables de la Revolución de octubre, logra movilizar a la derecha en torno a sus consignas. A la monarquía militar-católica que preconiza Maeztu -resurrección de la de la antigua monarquía castellana-, la derecha prefiere todavía el régimen republicano, y a las soluciones fascistas, que Maeztu elogia a pesar de su aversión al racismo y su escasa fe en el estado, la lucha electoral. Para él, o se toma la iniciativa, o se espera a que ‘nos fusilen’. La Guerra Civil ha empezado ya.
Marco acaba el capítulo hablando de «la barbarie desencadenada por los defensores de la hispanidad«. No me consta que la derecha se echara al monte por «la hispanidad», sino, como dijimos, por el deber ético esencial: defender el propio pellejo.
Para mí, de los siete personajes retratados, es Maeztu el único que mantiene una trayectoria vital digna, que no me da pena ni me provoca repulsa, que no es un fracasado o un arrogante. Además fue el único que es una víctima real de los sucesos desencadenados por el derrumbe de la Restauración. Curioso.
«Desde luego, perseverar en el ser es la primera obligación de todo viviente.»
Uy, eso también es racismo del bueno. Creo que no hace falta que explique el porqué.