Nueva serie en la TV española: «Expulsados 1609: La tragedia de los moriscos»

No hace falta ser muy perpicaz para imaginar que presentaran a los rebeldes moriscos como víctimas, y a los españoles como perseguidores crueles e intolerantes:

TVE retorna al siglo XVII en su próxima gran apuesta de ficción

Tras el éxito de ‘Águila Roja’, recrea la expulsión de moriscos (ver vídeo)

TVE recreará en su nueva serie de TV histórica la expulsión de los moriscos, según informa hoy El País (ver vídeo del trailer oficial).

De la dictadura de Primo de Rivera a la franquista. Del Siglo de Oro a la transición. Desde hace años, las series de TVE buscan la inspiración en el pasado: Cuéntame cómo pasó, Amar en tiempos revueltos, La señora, Águila Roja.

Coincidiendo con el 400º aniversario de la expulsión de los moriscos, acaba de finalizar el rodaje de una coproducción de TVE, TV-3, TV Aragón, Canal de Historia, Sagrera y Casa Árabe, que se estrenará próximamente. «Expulsados 1609: la tragedia de los moriscos» es el título de la serie, que reconstruye la primera década del siglo XVII.

Las derrotas en Flandes fueron un duro golpe a la credibilidad de la Monarquía española. Ante esta situación, se debían tomar medidas para devolver a España a la primera línea. La corte barajó diferentes disposiciones, y finalmente encontró una solución.

Durante 1609, fueron expulsadas más de 300.000 personas. ¿La razón? El simple hecho de ser identificados como moriscos, españoles con costumbres heredadas de los árabes, aunque durante la Reconquista fueron obligados a convertirse al cristianismo.

Fernando Guillén y Pablo Rivero en el reparto

En este contexto discurre la serie interpretada por Fernando Guillén (El abuelo, Don Juan en los infiernos) y un grupo de actores televisivos encabezado por Pablo Rivero (Cuéntame), Pablo Derquí (El síndrome de Ulises), Ana Alonso (Hospital Central) y Juli Fàbregas (El Comisario).

La mayoría de los protagonistas están inspirados en personajes reales y sus acciones se basan en documentación y testimonios de la época.

Todo empieza cuando Juan (Pablo Derquí), un joven profesor de Historia, encuentra en una alacena de su casa de Almonacid de la Sierra (Zaragoza) varios manuscritos antiguos. Uno de ellos relata lo sucedido en 1609, cuando los Aziz, una humilde familia de labradores, se ven obligados a partir hacia el exilio.



Sinopsis de «Expulsados 1609: La tragedia de los moriscos»

Según informa la web oficial de la serie, la historia empieza cuando Juan, un joven profesor de historia, encuentra en una alacena escondida en su casa de Almonacid de la Sierra (Zaragoza) unos antiguos manuscritos.

Estos libros parecen escritos en árabe, pero tras intentar leer algunas páginas se da cuenta de que en realidad son textos aljamiados, una forma de escribir en español pero con la grafía árabe.

Uno de estos libros narra la historia de una familia del pueblo expulsada en 1609. Alentado por su abuelo, Juan decide investigar más sobre esa historia y para ello no duda en pedir la colaboración de expertos en la materia.

El diario relata lo sucedido en el verano de 1609 y las vicisitudes que los Aziz, una familia con profundas raíces en Almonacid, se ven obligados a vivir. Descubrirán, de la noche a la mañana, cómo su vida cambia de rumbo y pasan de ser una humilde familia de labradores a sentirse unos extraños en su propia tierra, viéndose obligados a partir hacia el exilio.

Después de una larga travesía, que realizan bajo la custodia del capitán Larrasoana, llegan al puerto de Los Alfaques, donde junto con cientos de moriscos embarcarán rumbo a Túnez. Antes de marchar, la familia Aziz deja a su hijo menor, enfermo, al cuidado del Capitán Larrasoana, con quien han entablado una fuerte amistad.

En la despedida, el abuelo entrega su diario al capitán, pidiéndole que lo conserve para su nieto cuando crezca, y así éste no olvide sus orígenes, ni a aquéllos que se vieron obligados a dejarlo atrás. En el ocaso del día los Aziz abandonarán España rumbo a un incierto futuro.

Juan, nuestro joven historiador, tras conversar con varios expertos e investigar sobre la parte española del relato decide viajar a Túnez. Parece ser que un gran número de los expulsados fueron llevados a esas tierras y él quiere ahondar más en su historia.

El cine «políticamente correcto» es una de las medidas de propaganda de la Alianza de Civilizaciones. ¿Habrá película sobre el centenario de la batalla de las Navas de Tolosa?

Gracias, Pablo.

37 comentarios

  1. Que asquerosa sarta de mentiras: «Es que los expulsaron por ser de costumbres diferentes y tras ser forzados a convertirse».
    Si se les expulso fue porque acabamos hartos de que promovieran insurrecciones, ayudaran a lo berberiscos a realizar sus incursiones (con sus consiguientes saqueos y toma de esclavos), y por otros desmances similares. Cualquier historiador medianamente serio lo puede corroborar (me viene a la memoria lo que lei sobre ello en «Imperio», de Kamen).
    Pero claro, que facil es lavar las mentes (sobre todo de los niños, los mas vulnerables), para largar su proyecto de ingenieria social multiculti, y venderlo como una injusticia con trasfondo politico (vamos, como si Felipe III fuera el fascista-Franco de la epoca).
    Es inidignante, y sobre todo, pagado de nuestros impuestos. Que asco y rabia.

  2. En Madrid en marquesinas de autobuses y alguna vaya de publicidad está anunciada la serie bien grande..como se les puede presentar como victimas¿?¿ a ver si alguien hace peliculas sobre las tragedias de nueva york madrid londres escuela rusa de beslan bombay o lo que soporta israel por parte de todos los paises moros que les rodean a ver quien es victima.Si hicieran una peli titulada musulmanes terroristas:11M pondrían el grito en el cielo…claro son siempre las victimas..menuda panda

  3. Pero si los moriscos fueron expulsados por sus insurrecciones apoyadas economicamente desde Turquia y los piratas berberiscos!.

    Es más, no fue «algo repentino», y los moriscos nunca fueron bien vistos por ser elementos farsantes en cuanto a la asimilacion de la fe cristiana. Y en aquellos tiempos, aun se acordaban de como los musulmanes conquistaron y destruyeron a los reinos visigodos.

    Vista la seriedad histórica de «aguila roja», ya veo por donde van los tiros.De nuevo juzgando hechos históricos desde ópticas distorsionadas y una visión moderna; algo ridículo al hablar de Historia.

  4. Los moriscos provocaron las batallas más duras y sangrientas que hubo en España desde el fin de la Reconquista y hasta la Guerra Civil.
    Su expulsión fue consecuencia directa de su afán de «integrarse» en España mediante la conversión de los españoles al islam y la sumisión política a su autoridad, sin importarles recurrir a violencias y guerras.
    ESto es, junto a la glorificación de genocidas como Carrillo, Castro, o Stalin, otra de las muestras del desquiciamiento canalla de la izquierda.

  5. los moros jamas obligaron a la gente al islam.. pero los cristianos si y ese producto fue los moriscos..
    La serie esta bien estoy feliz
    hay un dicho que dice:
    «pagan justos por pecadores» esto les paso a los moriscos
    esto es parte de la historia de tu pais…
    El 12 de octubre de 1492 comenzo la matanza de miles de indigenas que defendian sus tierras de los españoles y de la conversion obligada al cristianismo junto con la maldita inquisicion, «todos tenemos tejado de vidrio» pero almenos nosotros reconocemos que aparte de toda la mierda que nos hicieron a nuestros ancestros reconocemos que muchas de esas cosas han sido positivas y las estudiamos en el colegio.. la historia es manejable y siempre hay mas de 2 versiones de un mismo hecho me parece que a vosotros españoles solo les han mostrado lo negativo sobre los moriscos y los moros , pero cuando se trata de la conquista de america ahi si que sois los super heroes … hay un libro muy famoso que se llama » las venas abiertas de america latina».. eso os refrescara la memoria..
    un saludo de un :
    moro indigena español y orgulloso de miles de mezclas.

  6. No te valdria estudiar un poco de historia, los primeros en proscribir cualquier religión distinta fueron los musulmanes, ¿o es que no sabías que Maimónides fue lo que hoy llamaríamos un refugiado por razones de conciencia?

  7. A ver, moro indígena más cruzado que un perro callejero, si tan orgulloso estás de tus miles de mezclas, haz el favor de no volver a utilizar jamás el apellido González, proviniente del imperio Visigodo, y el cual no sabes ni escribir correctamente.

  8. «….las estudiamos en el colegio»….
    Jajajajajjajajajajaa, buenísimo. Estudiais esas memeces que acabas de poner??? Asi estais hijos, así andais.
    Comparar moriscos con la conquista española es vestir al Niño Jesús con dos pistolas. Pero bueno la incultura y la manipulación es lo que tienen.
    Hablar de miles de asesinatos en la conquista es una barbaridad propia de bananeros iletrados, es decir de los que te enseñan en el colegio, seguramente pagado o subvencionado por España.
    El libro que mentas es un panfletillo que no hay por donde cogerlo, entre errores de fechas, errores de hechos y sobre todo manipulación victimista, pero sigue en tu felicidad pequeño ignorante, solo te falta reclamar el oro y las vírgenes.
    Amerindio y moro, lo tienes todo.

  9. ….»un recuerdo a los judioos de sefarad, pues tambien a ellos se les hizo mucho daño injustamente y tambien españa fue su patria.»

    otro que tal baila. Pero bueno ustedes donde coño han leído o estudiado la realidad de la época. A ver si nos centramos historicamente y asimilamos quienes fueron los judíos en aquél tiempo y el porqué de su expulsión, sana expulsión por cierto aún no revocada.
    Siempre que se habla de moros víctimas tiene que saltar alguien poniendo por encima a las victimas eternas, la madre que me parió entre unos y otros.

  10. A todos los que que rememoran expulsiones y tal. España, como siempre, hizo las expulsiones DESPUES, de que tales expulsiones se realizaran en los paises europeos(Francia, sin ir más lejos)
    .se exopulsó a los judios
    .se expulsó a los moriscos
    .se expulsó a los jesuitas
    .NO se expulsó a los gitanos
    .no se expulsó a los maricas
    Estas expulsiones permitieron a los españoles, en tiempos presentes, ahorrarse guerras como las de Yugoeslavia, Israel, y seguramente algunas que nos hubieran endosados las otras dos culturas de la convivencia y la PAAAAZ.
    Y oiga, por mi el descubrimiento del Nuevo Mundo, podrían haberlo hecho los anglosajones, De esta manera amerindios como el imbecil ese que se cree moro y solo es un mestizo milleches, ya estaría muerto, junto con todos sus congéneres. Hay que ver lo gilipollas que son algunos, que en vez de vuscar sus raices, las importa como el mierdas ese

  11. Ja.
    Un moro indio con miles de mezclas. Se ve que tiene de todo menos cerebro.

    Desdichado mezclado, a los españoles no «les han mostrado» el lado negativo de los moros. Es que lo han visto con sus propios ojos. Y el lado bueno de los mahometanos no existe.
    Por no tener no tienen ni inteligencia ni dignidad.
    Para la próxima, indiecito carroñero, trata de no hacer el rídiculo de forma tan escandalosa.
    Si es que das un poco de pena…. y mucha risa.

  12. «Estas expulsiones permitieron a los españoles, en tiempos presentes, ahorrarse guerras como las de Yugoeslavia, Israel, y seguramente algunas que nos hubieran endosados las otras dos culturas de la convivencia y la PAAAAZ.»

    Te recuerdo que España tuvo el dudoso honor de tener cuatro guerras civiles en poco mas de 100 años(103 años para ser mas exactos); por no hablar de la grotesca cantidad de cambios de régimen que tuvimos en ese período, de las mayores de Europa si no la mayor (y se acabó solamente porque vino régimen totalitario). Creo que somos de los pueblos mas subversivos de Europa por nuestra historia moderna. Hay que ver lo pacíficos que somos… LOs españoles podemos ser críticos, pero con algo de autocrítica. Sin que necesariamente signifique caer en ese masoquismo tan nuestro.

  13. Quizás simplemente leyendo «el mercader de Veneccia» te hagas una clara explicación de cómo eran los marranos de la época. Quizás leyendo sobre las Garduñas y sus instigadores puedas rememorar al judío de aquel tiempo. Pero ante todo eran delincuentes y lo eran porque en 1492 fueron expulsados y permanecían en la nación bajo el engaño de aparentar conversión.
    Esto mismo les vuelve a pasar en 1933 en el centro de Europa.
    Practicaban la usura y estaba castigada esa práctica y muy posiblemente en la Garduña hasta el comercio humano, demostrado en los judíos holandeses y tapado en los españoles por ese raro sentimiento de protección al desvalido que tenemos en España.
    No solo es España quien expulsa a esta mara sino toda Europa y dicen los viejos que si uno te llama tonto no lo escuches, si son 5 quienes te lo dicen te debes preocupar pero si ya son 10 quienes te dicen tonto debes mirarte en el espejo. Al pueblo judíos se le expulsa eternamente de donde pisan, creo que se deberían plantear el porqué fuera de victimismos.

  14. khalid nassir : Que usted sea un ignorante en historia tanto del Islam como de España con ínfulas de docto en la materia gracias a las clases que ha recibido en algún centro de educación quizá en algun pais hispanoamericano o en españa pero lo que no admito es que se suba a la cátedra despues de haber visto algún capítulo infecto de esta serie de la alianza de las civilizaciones.
    Le aconsejo estudiar historia y atenerse a los hechos que se deben extraer de las FUENTES historicas.

    -los moros jamas obligaron a la gente al islam..

    Ya desde la creación del Islam, que si no lo sabe Khalid, significa SUMISIÓN, Mohamed el profeta, creó unos lazos de lealtad para con los familiares conversos a su nueva fé por los cuales el que abrazaba el Islam obtenia beneficios de pertenencia a la nueva comunidad , mientras que permanecer fuera implicaba situarse en un estado de inferioridad en el seno de la sociedad.
    Mohamed cambió el hasta entonces consenso tribal como referente político por la pertenencia al Islam del que Mohamed fué su primer miembro y su legitimidad procedia de su SUMISIÓN…a Allah, por lo tanto el no musulman carecia de cualquier LEGITIMIDAD POLITICA.
    Mohamed militarizó la comunidad islamica que unida al botin arrebatado a los enemigos, los no creyentes, fortaleció los vínculos entre los seguidores del profeta y avivó las conversiones al Islam. El robo y asalto a las caravanas ,de hecho una actividad muy lucrativa en la península Arabiga anterior al Islam, fue legitimado por Mohamed el profeta de Allah y de paso se reservaba 1/5 parte del botin conseguidas por las incursiones de sus seguidores.

    khalid nassir ¿sabia usted esto? espero su respuesta, gracias.

  15. Pues eso Anton, imagina las fantasticas y sangrientas guerras civiles, solo imaginate la última, y lo aderezas con unos componentes de las tres culturas de las pacificas religiones, y ya tienes a las guerras que padecieron nuestros antepasados, unas cuantas mas de exterminio etnico religioso, o como quieras llamarlo. Personalmente, cuando veia lo de la pobre Yugoeslavia, por la tele, claro, pensaba, que madre mia, de la que nos hemos librado. Eso es lo que pienso, y solo tienes que ver los moros que estomos importando, para hacerte una idea de las calidades personales de lo que YA nos espera proximamente. Vaya que se pasen por Isrel la guardia civil y demas a arender como entrar en según que califatos, uy, quiero decir barrios de algunas de nuestras ciudades. Por lo del fosforo blanco y tal.

  16. MORO, seguro que sí
    Indigena, bueno pues a lo mejor es que eres de los nuevos moritos que estan apareciendo en la America de Evo y el gorila rojo. Pero ¿ESPAÑOL? JA; JA; JA;
    Para ser Español tienes que ser cristiano viejo, haber sido bautizado, haber hecho la comunión, etc…No nos basta que te bajes de la patera y te den la nacionalidad.Algun dia os volveremos echar de aquí.

  17. Cómo podéis ser tan ignorantes y barbaros a principios de un nuevo siglo y con la que está cayendo. Seguís proponiendo una historia mitificada, maniquea, basada en identidades inamovibles como lo de castellano viejo bautizado etc. O esa apología justificada de lo ocurrido en centroeuropa en 1933, cuando «lo» supone un holocausto que todavía lacera la memoria de la humanidad. Estáis trasnochados y no asumís que este país está mucho más avanzado de lo que tratáis de imponer. Y si algo también enseña la historia es que somos un pueblo de síntesis de mezclas, de encrucijadas. Hace falta crear un nuevo mundo no empozoñarlo. Tomádlo con calma y aportad cosas buenas no veneno.
    Un abrazo a los puros de sangre.

  18. Pues sí, a pesar de la que nos está cayendo, algunos no quieren que hablemos de ello.

    En 1933, lo único que sucedió es que los alemanes votaron por Hitler. Cosas de la democracia. El holocausto es de diez años más tarde.

    Quienes están promoviendo una historia falsa son quienes hablan de convivencias de culturas y demás zarandajas.

  19. «Moro español» es un oximorón (contradictio in terminis).

    Otros ejemplos de oximorones: vista ciega, luz oscura, vida muerta, hielo abrasador, orden caótico, tonto listo, sosiego agitado.

    «Placeres espantosos y dulzuras horrendas» (Charles Beaudelaire), «Mis libros están llenos de vacíos» (Augusto Monterroso).

    Más ejemplos: fuerza de paz, inteligencia femenina, feliz matrimonio, insulto respetuoso, serenidad violenta, tiránica libertad.

  20. ¿ERAN ESPAÑOLES LOS MORISCOS?
    EL MITO DE AL-ANDALUS

    Serafín Fanjul (Catedrático de Literatura Árabe de la Universidad Autónoma de Madrid)

    Calificar de mito a una idea-fuerza cuya andadura y capacidad de arrastre cuenta más de siglo y medio entraña varios riesgos. El primero, desde luego, reside en la dificultad de abrir brecha en la sedimentada muralla de tópicos acumulados en el remanso de quietud y ausencia de críticas. Y como tal embalse no carece de dueños y beneficiarios, la menor mella que se le inflija suscita respuestas airadas, ofendidos sentimientos y ninguna intención de matizar o revisar. Y de autocríticas ni hablemos. Pero digámoslo en pocas palabras: la imagen edulcorada de un al-Andalus idílico (se suele apostillar frecuentemente con la palabra paraíso; y, en árabe, al-firdawsal-mafqud, el paraíso perdido), donde convivían en estado de gracia perenne los fieles de las tres culturas y las tres religiones, es insostenible e inencontrable, apenas comenzamos a leer los textos originales escritos por los protagonistas en esos siglos. No fue peor ni mejor -en cuanto a categoría moral, que sería la base sobre la cual levantar todo el edificio- que el resto del mundo musulmán coetáneo o que la Europa de entonces. Disfrutó de etapas brillantes en algunas artes, en arquitectura o en asimilación de ciertas técnicas y supo transmitir -y no es poco- el legado helenístico recibido de los grandes centros culturales de Oriente (Nisapur, Bagdad, El Cairo, Rayy, etc…). Y fue, antes que nada, un país islámico, con todas las consecuencias que en la época eso significaba. Pero su carácter periférico, mientras existió, constituía una dificultad insalvable para ser tomado como eje de nada por los muslimes del tiempo. Bien es verdad que, una vez desaparecido, se convirtió en ese paraíso perdido más arriba señalado, fuente perpetua y lacrimógena de nostalgias y viajes imaginarios por la nada, de escasa o nula relación con la España real que, desde la Edad Media, se había ido construyendo en pugna constante contra el islam peninsular. Una lucha de supervivencia por ambas partes, con dos fuerzas antagónicas y mutuamente excluyentes, en oposición radical y absoluta y animadas las dos por sendas religiones universales cuyo designio era abarcar a la Humanidad por entero.

    Es preciso decirlo con crudeza: si había al-Andalus, no habría España; y viceversa, como sucedió al imponerse la sociedad cristiana y la cultura neolatina. Pero si decidimos retomar la lira y reiniciar los cantos a la tolerancia, a la exquisita sensualidad de los surtidores del Generalife y a la gran libertad que disfrutaban las mujeres cordobesas en el siglo XI, fuerza será que acudamos también a los hechos históricos conocidos que, no siempre, son tan felices: aplastamiento social y persecuciones intermitentes de cristianos, fugas masivas de éstos hacia el norte (hasta el siglo XII), conversiones colectivas forzadas, deportaciones en masa a Marruecos (ya en tiempos almohades), pogromos antijudíos (v.g., en Granada, 1066), martirio continuado de misioneros cristianos mientras se construían las bellísimas salas de la Alhambra… Porque la historia es toda y del balance general de aquellos sucesos brutales (de su totalidad) debemos extraer las conclusiones oportunas. Al recordar esa mínima antología del reverso de la moneda no estamos condenando a al-Andalus ni estableciendo juicio moral alguno -todos actuaban de la misma manera-, simplemente intentamos equilibrar la panorámica y despojarla de exotismo y de reacciones viscerales en uno u otro sentido,aunque, de modo inevitable, podamos preguntarnos muy fríamente si el retorno a la civilización europea grecolatina fue beneficioso, o no, para la Península Ibérica; si habríamos debido aplastar y ocultar -como se hace en el norte de África- el brillantísimo pasado romano; o si nos hubiera acaecido algo de cuanto de bueno se hizo en todos los aspectos desde 1492. Y también, en otro orden de cosas -muy, muy hispanas-, si tiene una lógica mínima que gentes apellidadas López, Martínez o Gómez, de fenotipo similar al de santanderinos o asturianos que no conocen más lengua que la española, anden proclamando que su verdadera cultura es la árabe. Si no fuera patético sería chistoso.

    Antes de entrar en el fondo del asunto, debemos abordar una cuestión terminológica previa nada desdeñable. Me refiero a los equívocos de contenido creados y fomentados fuera de España en el uso de ciertas palabras a través de otras lenguas, en especial del francés. Lo que en este idioma se designa como «andalous» en español lo expresamos con dos términos netamente diferenciados: «andaluz» (habitante o perteneciente a la actual Andalucía) y «andalusí» (relativo a al-Andalus) que, a veces, matizamos diciendo «hispanoárabe», «hispanomusulmán», etc. O, de manera más genérica y popular, con la voz «moro», que hasta el siglo XIX significaba sólo «musulmán» y «habitante del norte de África», sin connotación peyorativa ninguna. Pero el éxito de andalous en escritores e historiadores franceses (nuestro puente hacia la Europa del siglo XIX) ha contribuido en gran medida a difundir un concepto sumamente erróneo: la existencia de una continuidad racial, social, cultural y anímica entre los andalusíes y los andaluces. De ahí ha derivado la confusión entre Andalucía y al-Andalus, que incluso los políticos andalucistas radicales manejan en la actualidad como si respondiera a una realidad tangible. Pero las objeciones a tal pretensión son dos y decisivas. La primera es que, en árabe, al-Andalus no significa «Andalucía» sino la Hispania islámica, fuera cual fuera su extensión (con la frontera en el Duero, siglo X, o en Algeciras, siglo XIV). La segunda, tan importante como la anterior, consiste en que la noción de Andalucía surge con la conquista cristiana del Valle del Guadalquivir en el siglo XIII y no aparece en los términos territoriales con que la conocemos hasta 1833 cuando la división regional y provincial de Javier de Burgos, todavía vigente, incorpora un territorio netamente diferenciado hasta entonces, el reino de Granada (Málaga, Almería, Granada y parte de Jaén) a Andalucía para formar una unidad administrativa mayor. De ahí el absurdo de imaginar una patria andaluza cuya identidad se pierde en la noche de los tiempos, con Argantonio bailando flamenco y Abderrahmán (cualquiera de ellos) deleitándose con el espíritu de los futuros versos de García Lorca. Una mera medida administrativa ha generado un concepto identitario. Pero Andalucía era una cosa y el reino de Granada, otra, como lo prueba, hasta la saciedad y el aburrimiento, toda la documentación existente (burocrática, histórica, literaria o de viajeros foráneos).

    En esta misma línea actúa el empleo de los términos «España» y «españoles» para denominar a al-Andalus y los andalusíes. Es una pésima traducción cargadísima de ideología, pese a no ser esa la intención de sus creadores y difusores primeros. Dozy, Lévi-Provençal, así como algunos historiadores y arabistas españoles del XIX, en el muy loable intento de acercar y hacer más próxima -y digerible- la historia y sociedad de al-Andalus, de cara a sus contemporáneos, se aplicaron a utilizar la palabra «España» (por al-Andalus), cuando representa un concepto político, social y cultural no sólo diferenciado de al-Andalus sino en abierta oposición con el mismo. Y cuya vigencia palpable y sólida arranca del siglo XV. Expresiones como «los moros españoles», «los árabes españoles» o, simplemente, «los españoles» (sin adjetivar y referido a musulmanes de al-Andalus) menudean en textos de historiadores incluso recientes (P. Guichard, R. Arié, B. Vincent). No se trata meramente de negar la condición de españoles (lo cual no es ni bueno ni malo) a los andalusíes, es que -y esto es lo principal- ellos no se consideraban tal cosa, a la que detestaban.

    Somos conscientes de la dificultad de contrarrestar ideas enquistadas en la imagen exterior de España, pero estimamos nuestra obligación hacerlo, por antipática que resulte la misión. Y es que el Mito de al-Andalus se basa en imágenes repetidas de forma mecánica más que en experiencias o realidades comprobadas y comprobables. Los viajeros y escritores románticos ingleses y franceses en la primera mitad del siglo XIX dejaron petrificada una imagen de España (y en especial de Andalucía, como la región más pintoresca) que ni siquiera en su tiempo era reflejo de una realidad global, sino ensamblada con los elementos más exóticos y chocantes para quienes, ávidos de rarezas, acudían a la Península. Elementos llamativos que demandaba su público lector. Nada de extraño tiene, pues, que Mérimée desdeñe toda la arquitectura del centro y norte de España por encontrarla «demasiado parecida a la suya y sin el verdadero carácter español». Naturalmente, el verdadero es el que él decide. Nadie niega que hubiera bandoleros, gitanas y sombreros calañeses: por supuesto que los había y ellos los veían, pero también contemplaban a su alrededor otras realidades mucho más numerosas y presentes -y cuya existencia acababan reconociendo de mala gana y en poquito espacio- pero menos atractivas y excitantes, por reconocerse a sí mismos en ellas en una proporción excesivamente incómoda. Magia, misterio, tipismo verdadero… son los ejes de búsqueda de todo europeo que cruza los Pirineos hacia el sur, así Edmundo de Amicis (1872) refleja y reproduce bien el universo de tópicos establecidos por sus predecesores: «Todos los sombreros son de copa, y además bastones, cadenas, condecoraciones, agujas y cintas en el ojal a millares. Las señoras, al margen de ciertos días de fiesta, visten a la francesa. Los antiguos botines de raso, la peineta, los colores vivos, es decir, el traje nacional han desaparecido. ¡Qué mal queda el sombrero de copa por las calles de Córdoba! ¿Cómo podéis seguir la moda bajo este hermoso cuadro oriental? ¿Por qué no os vestís como los árabes? Pasaban petimetres, obreros, niños y yo los miraba a todos con gran curiosidad, esperando encontrar en ellos alguna de aquellas fantasiosas figuras que Doré nos representó como ejemplos del tipo andaluz: aquel moreno, con gruesos labios y grandes ojos. No vi a ninguno (…) ninguna diferencia con las mujeres francesas y con las nuestras; el antiguo traje típico andaluz ha desaparecido de la ciudad» (1).

    Claro que el que busca, encuentra y el mismo Amicis, aliviado y triunfal, concluye: «…por los barrios de la ciudad [Córdoba], en donde vi por primera vez a mujeres y a hombres de tipo verdaderamente andaluz, tal como yo me los había imaginado, con ojos, colores y actitudes árabes» (2). ¿Podrá sorprendernos que los escritores románticos españoles, seguidores fieles a la sazón de la moda francesa, encontraran -y con más motivo, porque sabían mejor dónde buscar- pervivencias árabes por todos los rincones? Tan bien asimilan el mecanismo, se imbuyen de tal modo de la fórmula, que cuando Pedro Antonio de Alarcón desembarca en Marruecos en 1860, va tan tranquilo afirmando que los auténticos moros son los de los libros y la verdadera realidad la de la imagen corriente («Era un verdadero moro, esto es, un «moro de novela») (3).

    Y tampoco ha de asombrarnos que algunos notables historiadores y arabistas franceses continúen apegados a la idea de la España pintoresca, tal vez por deformación profesional, o quizás por el peso de una corriente emotiva de historia ya larga. Aunque debamos reconocer que escritores españoles -historiadores ya no- les han seguido y les continúan siguiendo en el mantenimiento de esas imágenes del pasado que un análisis matizado y en detalle de cada caso nos muestra como insostenibles. Pero información aportando datos y visiones de los hechos perceptibles, insiste y agiganta con sus enormes medios la perduración de ideas erróneas o, al menos, deformadoras de la imagen al enseñar aspectos muy parciales del conjunto. Veamos un ejemplo significativo y de gran difusión: la revista Méditerranée Magazine, hace dos años, en un grueso folleto de propaganda turística dedicado a España ofrecía al final una pequeña lista bibliográfica de libros que se recomendaban a los futuros viajeros para que mejor puedan entender el país, la mentalidad, las motivaciones, etc… -empeño digno de aprecio—-pero las dudas comienzan al comprobar que de los catorce textos narrativos o descriptivos propuestos, diez son de escritores de los siglos XVIII-XIX (Gautier, Hugo, Mérimée, Dumas, Chateaubriand, Davillier, etc.) y en cuanto a las obras dedicadas al arte y cuya lectura se sugiere, todas están centradas en Andalucía, excepto una que se ocupa de Santiago. Creo que el ejemplo expresa bien la forma en que se realimenta una imagen determinada que, por otra parte, es la que el turista espera encontrar.
    En ese paisaje de tópicos, pintoresquismo a toda costa y tipismo comercial, el mito de al-Andalus no lo es todo, desde luego, pero representa una proporción considerable al estimarse dentro y fuera de España que el elemento moro, la vieja presencia musulmana, significa el factor menos europeo, más extraño y llamativo de toda nuestra historia y, en puridad, así es. O así fue, porque una cosa es hablar del pasado o estudiarlo y otra muy distinta verificar qué queda de esos tiempos y en qué medida está —o estuvo— vivo en nuestra sociedad. Y en ese sentido, sí podemos referirnos al Mito de al-Andalus. Se impone, pues, enunciar ya nuestra propia visión de al- Andalus, pero somos conscientes de que también podemos incurrir en el monopolio de la verdad, ofreciendo otra imagen no menos verdadera y auténtica de ese período de la historia de la Península Ibérica. Y este resquemor de abogado del diablo nos paraliza un tanto a la hora de enumerar, aunque resumido, todo un conjunto de hechos lo más objetivos posibles, en uno y otro sentido; y, sobre todo, en el momento de valorar, interpretar o someter a discusión las desmelenadas pretensiones mudejaristas de Américo Castro, coartada erudita principal de toda esa corriente. Razones de espacio nos obligan a centrar la atención en dos aspectos que estimamos cruciales: uno que afecta a la vida misma de al-Andalus (la cuestión de la tolerancia) y otro que concierne a lo sucedido desde el siglo XIII (la población). No nos detendremos en otros aspectos no menos importantes, como las pervivencias romanas y visigóticas que, con toda lógica, encontraron y en gran proporción utilizaron en su propio beneficio los conquistadores muslimes del siglo VIII. Me refiero, por ejemplo, al empleo en arquitectura del arco de herradura que tanto éxito alcanzaría más adelante; o a la subsistencia de los sistemas de comunicaciones (las famosas calzadas romanas), o a la organización administrativa, así como a la continuidad de técnicas agrícolas romanas que los invasores (nómadas pastores) prohijaron y han pasado a la Historia de divulgación como de origen hispanoárabe, aunque sea innegable la aportación de los moros hispanos precisamente en la asimilación y desarrollo de esas formas de trabajo en horticultura (tomadas de nabateos, caldeos, egipcios, sirios, persas o… romanos) y en la importación de ciertos cultivos (cítricos, por ejemplo). Sobre todo ello hay abundante bibliografía y no parece oportuno extenderse ahora. Cuando los arabistas españoles del siglo XIX comenzaron a ofrecer a su sociedad las primeras compilaciones históricas, traducciones y poemas resucitados de al-Andalus, sabían que el ambiente y el estado de ánimo de la población eran resueltamente contrarios a aquellos momentos históricos que ellos intentaban revivir. La narrativa romántica que había entrado por el mismo camino tenía una labor más llevadera porque, al tratarse de ficciones, el factor fantástico, ineludible guiño en toda relación entre autor y lector, permitía libertades y sugerencias fáciles de tolerar y asimilar. Por añadidura, la tradición literaria que venía de los siglos XVI y XVII arrastraba el recuerdo de las novelas moriscas, de los romances fronterizos o de la poesía morisca, obras todas ellas de la pluma de escritores españoles cristianos viejos que habían creado ese motivo literario, por alejado que estuviese de que subsistían en el Siglo de Oro. Pero investigadores, historiadores y arabistas no lo tenían tan fácil, porque -al menos en apariencia- los materiales que ellos exhumaban chocaban con laidentidad admitida y entronizada como representante de la nación española. Su trabajo iba no poco a contracorriente y algunos de ellos debían hacer notables equilibrios y juegos malabares para compaginar su admiración por Isabel la Católica con su simpatía por los moriscos. De ahí que hasta fechas ya próximas a nuestra actualidad este gremio profesional haya pugnado por acercar aquellas reconstrucciones del pasado a la mentalidad de los españoles presentes. El intento de hispanizar (y hasta europeizar en algún caso) -como veíamos más arriba- a los muslimes de al-Andalus forma parte de esa visión; la exhibición de virtudes superiores, también. Por ejemplo, la tolerancia. Sánchez-Albornoz (4) lo dice con claridad, pese a no ser precisamente, o tal vez por ello, un entusiasta de los moros: «Otorgaban a la mujer una singular libertad callejera de difícil vinculación con los usos islámicos; lo comprueban algunas noticias de El collar de la paloma de Ibn Hazm y varias conocidas anécdotas históricas. Y le concedían una consideración y un respeto de pura estirpe hispánica. Pérès ha señalado la situación dispar de las mujeres hispanas frente a las orientales. ¿De dónde sino de la herencia temperamental preislámica podía proceder esa gracia, esa súbita vibración psicológica preislámica podía proceder esa gracia,psicológica, esa espontaneidad de Ibn Quzmán cuyo nombre -Gutmann- y cuya estampa física -era rubio y de ojos azules- acreditan a las claras su estirpe hispano-goda?». La tolerancia, ya con las mujeres, ya con las otras confesiones religiosas, habría sido, pues, debida a su condición de origen español.

    Pero es que del lado «árabe» o «musulmán», que resaltaba -y resalta- el carácter netamente árabe (al menos en el plano cultural) de al-Andalus y de todas sus glorias -auténticas o ficticias-, esa tolerancia vendría a demostrar la capacidad integradora del islam y su respeto por todas las creencias. Ambos enfoques vienen a coincidir en el resultado de comprensión propuesto: la sociedad de al-Andalus constituía un modelo de tolerancia, una isla irrepetible e inencontrable en la Europa coetánea, aunque las comparaciones -desde la perspectiva árabe- no suelen extenderse al resto del mundo. Sin embargo, lo más razonable parece ser aceptar que las situaciones fueron cambiantes, sujetas a condicionamientos políticos y económicos que obligaban a los emires a tolerar en aspectos secundarios a las minorías sometidas -que pagaban altos impuestos- pero marcando con claridad su status inferior y aplastándolas físicamente siempre que pretendían excederse o traspasar los límites establecidos. O aunque meramente se sospechara. Y quizás sea preciso admitir de alfaquíes, ulemas y muftíes (digamos el islam oficial) con unos comportamientos, por otro lado, relativamente más abiertos, por las mismas necesidades de la vida diaria. A este respecto puede ser ilustrativa la postura de rechazo y prohibición de música y canto que encontramos en el sufí Ibn ‘Arabi al-Mursi o en el Tratado de hisba de Ibn ‘Abdun (siglo XII), en tanto gentes acomodadas, gobernantes y clases populares se deleitaban cuanto podían oyendo música o versos. Pero no echemos las campanas al vuelo: la inexistencia de una música sacra en el islam o en su liturgia nos indica con nitidez que el peso de las posturas oficiales no es mero testimonialismo retórico. La ambivalencia de las situaciones respecto a las minorías es constante: por una parte médicos y recaudadores judíos o comes («condes» )(5) cristianos que rondaban las altas esferas de poder, evidentemente por interés recíproco; por otra, una ideología dominante de desprecio y marginación de las minorías, bien expresada y sin tapujos por Ibn ‘Abdun en su Tratado («Debe prohibirse a las mujeres musulmanas que entren en las abominables iglesias, porque los clérigos son libertinos, fornicadores y sodomitas» (6) ; «no deben venderse ropas de leproso, de judío, de cristiano, ni tampoco de libertino» (7) , etc.) y en consonancia con la prohibición de relacionarse amistosamente con cristianos y judíos (Corán, 5-56). Las famosas y muy jaleadas tres culturas de hecho vivían en un régimen de apartheid real en que las comunidades, yuxtapuestas pero no mezcladas, coexistían en regímenes jurídicos, económicos y de rango social perfectamente distintos, dando lugar -si alguna circunstancia política impelía a ello- a persecuciones muy cruentas, como la acontecida a mediados del siglo I X contra los cristianos, en tiempos de Abderrahmán II, o contra los judíos en el siglo XII, hasta el extremo de que cuando llega la Reconquista en el XIII a Andalucía, la región estaba «limpia» de ellos, deportados unos a Marruecos y fugados los otros a los reinos cristianos del norte. Esa relación conflictiva, intermitente en sus manifestaciones pero latente de modo continuado, se extiende hasta los momentos finales, cuando ya el poder musulmán se había hundido, pero subsistente la ideología de confrontación: en las capitulaciones de rendición de Zaragoza (1118) ante Alfonso I el Batallador los moros exigen de manera explícita que, en ningún caso, ningún judío pueda desempeñar cargo ni autoridad alguna sobre musulmanes, misma condición que estipulan casi cuatro siglos después los moros granadinos en sus capitulaciones con los Reyes Católicos a fines de 1491. Y por esas fechas, el jurisconsulto (muftí) al-Wansarisi prohíbe a los musulmanes permanecer en territorio ganado por los cristianos por el riesgo que corrían de terminar abandonando el islam, aunque también hubo opiniones contrarias. En otros órdenes de la vida cotidiana las normas de separación y sometimiento fueron la tónica generalizada: prohibición de matrimonios mixtos, prohibición de montar caballo macho en ciudad habitada por musulmanes, vigencia de tabúes alimentarios o prescripción de ropas de distintos colores a los usados por los musulmanes con una finalidad claramente discriminatoria. (8)

    Pero, para ser objetivos y situar estos fenómenos en su contexto, es preciso recordar que en la España cristiana triunfante y sucesora de al-Andalus, se reprodujeron las mismas normativas de separación y aplastamiento de las minorías sometidas. Por tanto, insistimos en lo indicado más arriba: nuestra meta no es lanzar condena moral ninguna contra al-Andalus, pero tampoco santificarlo, tan sólo contemplarlo con criterios más lógicos y normales, más ajustados a las realidades humanas. Un último aspecto -decisivo para la pervivencia, o no, del mito de al-Andalus- es el de la población. A grandes rasgos y con muy fundamentados estudios poblacionales en la mano (obra de los profesores Ladero Quesada y González Jiménez) se puede afirmar que los actuales habitantes de Andalucía y de España en general no descienden de los musulmanes de al-Andalus sino de los repobladores norteños y francos (de distintas procedencias europeas) que los sustituyeron. Por consiguiente, no hay continuidad étnica, cultural ni social, ni supervivencia de rasgos básicos de la Hispania islámica, por más que viajeros foráneos y españoles a la caza de pedigrees exóticos se hayan empeñado en hallarlos. Es cierto que algunos de los monumentos supervivientes (la Alhambra, la Giralda, la Mezquita de Córdoba), por su enorme impacto visual, pueden inducir a extraer conclusiones equivocadas; y no lo es menos que el cien por cien no existe en nada. Es decir, después de las expulsiones hubo mudéjares y moriscos que, o bien no salieron, o bien regresaron de modo encubierto y, por supuesto, proclamándose cristianos, pero su número imposible de cuantificar en cualquier caso debió ser exiguo, tanto por las dificultades de movimiento y comunicación como por las graves penas que arrostraban los contraventores.

    En el momento del gran avance de la Reconquista en el siglo XIII, en las principales ciudades (Sevilla, Córdoba) se forzó a los pobladores musulmanes a abandonarlas, mientras se permitía la permanencia en las áreas rurales, sobre todo de Sevilla y Huelva, hasta la gran revuelta de 1264 en que se comenzó la repoblación también de esos territorios , así como de Murcia, por la falta de confianza que suscitaban los moros restantes y su negativa fija a integrarse en la sociedad cristiana. Hay que aclarar que la despoblación de musulmanes vino, desde el siglo XIII hasta el XVII, por dos vías diferentes pero complementarias: coerción por parte de los conquistadores cristianos (directa, o indirecta por medio de impuestos insostenibles) y abandono voluntario por no querer los musulmanes quedar bajo dominio cristiano. Las fatwas -cuyo paradigma son las de al-Wansarisi ya citado- en este sentido influyeron no poco en la decisión de marchar y el lento despoblamiento del sur durante los siglos XIV y XV conduce a que en los albores del siglo XVI los musulmanes ( mudéjares) del reino de Castilla sólo sumaban unas 25.000 almas y en Andalucía occidental unas 2000.
    A partir de la toma de Granada en 1492 la política de la Corona alternó medidas de facilitar la salida voluntaria con la prohibición de hacerlo y, finalmente, con el decreto de expulsión(1609). La actitud de los musulmanes, por razones fáciles de comprender, tampoco estaba bien definida ni era unívoca y mientras unos se apegaban a la tierra, a sus negocios y propiedades, otros se fugaban en masa hacia el norte de África. La interdicción de emigrar de 1500 o de que los moriscos viviesen cerca del mar (obligándoseles sí como la paralela a portar salvoconductos para andar por las riberas) no pudieron impedir que numerosos pueblos de Málaga, Granada, Almería, Valencia, Alicante se escaparan enteros, por lo general con la ayuda de los piratas berberiscos. Sin embargo, la gran sublevación de las Alpujarras (1568) forzó a otro cambio de rumbo, esta vez decisivo: se empezó a sopesar algo hasta entonces rechazado: la expulsión de los subsistentes, consumada entre 1609 y 1614. El resultado fue la repoblación con norteños y la desaparición de vestigios vivos que pudieran remontarse al pasado, un proceso, en todo caso, mucho más lento que el de la volatilización de los cristianos neolatinos tras la conquista musulmana del norte de África. Por último, y para acabar de delinear el panorama, debemos recordar algo que con mucha frecuencia se pasa por alto: los movimientos de población, en todos los sentidos de la Rosa de los Vientos, dentro de España a lo largo de los siglos XVIII y XIX fueron constantes, por trashumancia, minería, trabajo agrícola estacional. Y, finalmente, por la industrialización del siglo XX. De ahí que la cohesión étnica y cultural de España sea un hecho irrebatible, por más que mitos de una u otra procedencia traten de crear impresiones más próximas a la fantasía que a cuanto podemos estudiar y observar.

    (1) Edmundo de Amicis, España. Diario de viaje de un turista escritor. P. 241 y ss. Madrid, 2000.
    (2) Ibidem, p. 248.
    (3) Pedro Antonio de Alarcón, Diario de un testigo de la guerra de África, 1860, vol I, p. 214, Madrid, 1942.
    (4) C. Sánchez Albornoz, El islam de España y el Occidente, p. 65-66. Madrid, 1974.
    (5) De hecho, jefes de la comunidad cristiana que dependían directamente del emir.
    (6) Ibn ‘Abdun, Sevilla a comienzos del siglo XII (Tratado de hisba), p. 150. Madrid, 1948.
    (7) Ibidem, p. 154.
    (8) al-Wansarisi, al-Mi’yar al-mu’rib wa-l-yami’ al-mugrib ‘an fatawi ahl al-Andalus wa-l-Magrib, vol. VI, p. 421. Rabat-Beirut, 1981.

  21. Gracias por la informacion oero ya se entiende que 1933 no es el holocausto sino el inicio de una lógica política basada en la exclusión de los ajenos a la comunidad que llevará al genocidio. Y es de ese riesgo, de construir una comunidad supuestamente histórica y supuestamente pura de lo que quiero advertir. En 1933, el inefable y demagogo Goebbels dijo «al fin hemos acabado con 1789» queriendo decir que se consideraban los herederos de toda una tradición de antimodernidad que lucha contra los principios de universalidad nacidos con la Revolución Francesa. Por tanto, sí, utilizaron la democracia pero como la CEDA en España, sólo como un mal transitorio mientras proyectaban su destrucción.
    En cualquier caso he de recordar que a principios de 1933 la situación de fuerza electoral está equilibrada en Alemania y que es el Canciller Hindeburg el que decide desbloquearla cediendo el poder, desde una atribución del ejecutivo, a Hitler. De no haber sido así es más que probable que los nazis hubieran tocado techo electoral pues no podían ir mucho más allá. Efectivamente, una vez tomado el poder, prohibidos los demás partidos y con la amenaza en la calle (SS, SA, palizas, batalla de Berlín, etc), sí que ganan las elecciones «a la búlgara». Luego…destrucción de la democracia, etc.
    Saludos.

  22. Antigona

    Te agradecemos la buena intención de advertirnos de las funestas consecuencias de tomar el mal camino. ¿Pero cual es el mal camino? Seguramente no nos vamos a poner de acuerdo en esa cuestión.

    Creo, por mi parte, que el mal camino se inicia precisamente en 1789, y le doy toda la razón al «inefable y demagogo» Goebbels en ese punto. Mi razonamiento es muy sencillo y tal vez muy primario: «De aquellos polvos vinieron estos lodos». Y no tengo intención de pasarme el resto de la primavera discutiendo sobre esta cuestión.

    Quiero decir que si estamos donde estamos en Occidente, sobre todo en Europa (con la mierda hasta las cejas), habrá que hacer la lectura obligada y acertada del origen de los males que nos aquejan y que nos llevarán (si la Divina Providencia no lo remedia) a la fosa mortuoria. Porque no sé si te has dado cuenta, pero esto se está yendo por el retrete sin remedio. Y este descalabro no viene de ayer, ni nos ha caído del cielo, sino que lo venimos construyendo (construir una destrucción: otro oximorón) desde hace varias temporadas.

    Podríamos hablar largo y tendido sobre este asunto, pero considero que la cosa ya está «empaquetada y lista» y toda discución ya es tan inútil y absurdo como filosofar sobre el sexo de los ángeles con el Turco acampando bajo los muros de la ciudad. Hacer a estas alturas la más tímida defensa de la democracia y sus infinitas bondades es disertar sobre pajajitos preñados.

    ¿Qué es una «comunidad supuestamente histórica»? Todas la naciones son comunidades históricas, siempre y en todo momento, aunque hayan nacido ayer y vayan a desaparecer mañana. Los rebaños de cebras y de ñus del Serenguetti son comunidades zoológicas. Y también los pigmeos, si me apuras, pues estos están fuera de toda realidad histórica. No sé si estoy desvariando y «largando» desde la ignorancia (apenas tengo el graduado escolar), pero hay cosas «qui crêvent les yeux» como dicen los franceses.

    La exclusión de los ajenos, por utilizar tu expresión, es una elemental medida de profiláxis social, nacional, etc, según el ámbito en el que nos situamos. Lo normal es excluir a los ajenos, lo anormal es aceptarlos. Sólo se puede tolerar aquellos ajenos, en el seno del grupo propio, cuando sus características y su número no ponen en peligro ni interfieran en el normal desarrollo de la vida y los intereses del tal grupo.

    Sé que estas cosas no se pueden decir y que algunos se van a desmayar por esto, pero hay que decirlo claro y alto, el racismo es natural, lo antinatural es el antirracismo. No se trata de hacer una llamada a la exterminación de los «ajenos» sino ponerlos en estado de no poder perjudicar al grupo propio. Si esto significa en algún caso tomar medidas drásticas, pues … a buen entendedor pocas palabras bastan. Este es el mundo real.

    Nadie está obligado bajo ningún concepto a aceptar un extraño en su propia casa. Si además ese extraño, que se define como tal y reivindica su diferencia, es considerado un incordio por el dueño de casa, que lo sufre como una peste, entonces ¿qué ley moral le puede impedir liberarse de él?

    Si tu intención es la de avertir de los peligros de querer «construir una comunidad supuestamente pura» en primer lugar deberías tomar conciencia de que de «este lado» nadie habla de tal cosa, si en todo caso de una sociedad coherente y cohesionada, lo que no es posible sin una gran homogeneídad étnica, racial y cultural. Así son las cosas. Y en segundo lugar, deberías dirigir tus esfuerzos a denunciar la verdadera y única empresa de construir una comunidad supuestamente pura que es el proyecto islamista de conquista y dominación de Europa.

    Ya no es tiempo de hablar del canciller Hindenburg, de las SA, de Hitler o de la batalla de berli. Llevas una guerra de retraso. No son las camisas pardas y la esvática lo que veo en las calles de mi país, ¡maldita sea!

    Ayer me cruzé con un terrorista de Al Qaeda con unas barbas flotantes que le llegaban hasta el pecho y un careto patibulario. Le aguanté la mirada mientras todo el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española me salía por las orejas. Lo que se me pasó por la mente no lo diré en público antes de consultar con un abogado.

  23. Antigona

    Ya que te preocupa la democracia, tal vez sería bueno que supieras en qué consiste realmente.

    «NOBILITAS, Un estudio de la filosofía aristocrática europea desde la Antigüedad griega hasta principios del siglo XX». Dr. Alexander Jacob

    Prólogo

    El gobierno de una nación es uno de los deberes más elevados del hombre, y los elegidos para esa misión deben ser necesariamente los ciudadanos más capacitados y valiosos. No obstante, las sociedades modernas asignan esa eminente responsabilidad, en la mayoría de los casos, a hombres de un mediocre desarrollo intelectual y cultural, que consiguen alcanzar el poder simplemente sobre la base de la voluble opinión de las masas, cuando no por la fuerza bruta. Las guerras que continuamente estallan en el mundo de hoy, incentivadas por intereses económicos y comerciales, son un permanente recordatorio de la pérdida general de visión política y su sustitución por el egoísmo y la codicia. El hecho de que países organizados sobre bases no-nacionalistas estén empezando a sufrir insurrecciones internas de grupos culturalmente independientes, es una clara señal de la arbitraria naturaleza de la organización de muchos de los Estados del mundo, de la misma manera que la frecuente ayuda a esas rebeliones proporcionada por codiciosos Estados capitalistas es una alarmante prueba de la descarada orientación de la política internacional hacia finalidades económicas. Pero Némesis actúa de una manera sutil, y los frutos del capitalismo, y de la democracia que de él se nutre, son atestiguados por la inevitable degeneración de la población en tales Estados y en la cultura paulatinamente inferior que exhiben.

    Vamos a tomar como ejemplo primordial de Estado capitalista a los Estados Unidos. A pesar de que América inició su historia con la colonización de varias valiosas comunidades europeas que no habían perdido del todo un contacto psicológico con sus patrias de origen y pudieron continuar con sus viejas tradiciones en su nueva tierra, el presente estado de ciego igualitarismo, internacionalismo y «laissez faire» en Norteamérica simboliza una pérdida de carácter que amenaza el futuro, no sólo de esa nación, sino del resto del mundo influenciado por el poder económico y militar de Norteamérica. Debe advertirse aquí que el comunismo ruso, antaño la otra gran potencia se fundamentaba, no menos que el capitalismo, en el principio del dinero, pero de una manera tan negatica que ya ha empezado a perder su influencia en los diversos pueblos que hasta hace poco había dominado por la fuerza. No obstante, Rusia tiene más posibilidades de supervivencia intelectual que Norteamérica ya que, una vez despojada de su ropaje comunista, puede recuperar eventualmente su vitalidad europea. Si el comunismo tendía a sojuzgar la cultura nacional en favor de una inanimada ideología, por lo menos preservó el hábito de la disciplina durante aquellos años de su régimen. El sistema democrático en América, por el contrario, ha embotado la psique nacional hasta el extremo de que ha perdido casi todo su carácter racial y el poder espiritual que éste representa. Porque, como la teoría de los arquetipos de Jung claramente demuestra, la raza, como el lenguaje, es sin duda una de las principales manifestaciones de la psique e impregna a diferentes naciones igual que lo hace con diferentes individuos, con diversos grados de energía y aptitud espiritual.

    El deterioro del espíritu humano en América es, ciertamente, la más clara indicación de que la democracia es uno de los sistemas políticos menos deseables. La razón de este hecho alarmante estriba en que es completamente imposible fundamentar un gobierno en el voto de unas masas que son totalmente diferentes en su comprensión y percepción de los principios de la política y en última instancia se comportan como si la política fuera un sistema de agitados compromisos a los que hay que llegar mediante rastreros regateos -y obtención de prebendas- en todas las esferas de la acción social. Aun cuando pudiera argüirse que los políticos profesionales que actualmente supervisan las decisiones finales de la política son unos seres experimentados en su cometido, está claro que ningún político que llega al poder merced a la opinión de una mayoría generalmente ignorante, puede ser digno de confianza, y mucho menos admirable. Por otra parte, la monarquía y la aristocracia han demostrado ser, a través de la historia del mundo civilizado, no sólo las formas más naturales de gobierrno, sino también las más propicias al progreso cultural. Una breve ojeada a la historia de las antiguas civilizaciones indo-europeas, desde la India y Persia hasta Grecia y Roma, lo confirma. Fue en el regazo de un gobierno autoritario cuando estas altas culturas florecieron. El debilitamiento de la cultura moderna, especialmente después de las dos grandes guerras, debe ser ampliamente atribuido al triunfo de la mediocridad democrática que se opuso a las agresivas tentativas del elitismo alemán en las primeras décadas del siglo XX, cuando trataba de asentar sus principios aristocráticos en un mundo que ya había sido capturado por sus enemigos espirituales.

    La superioridad del gobierno aristocrático no es debida tan sólo a su preeminencia cultural, sino también a sus sólidos fundamentos filosóficos. La base de una aristocacia centralizada e ilustrada es, ciertamente, tan sólida, que ninguna desesperada vocinglería en pro del gobierno popular por parte de las masas ignaras puede alterar la universal validez de estos argumentos.

    El propósito de mi breve estudio, que está dedicado a la constitución política ideal de las naciones, consiste en examinar los argumentos filosóficos para un gobierno monárquico y aristocrático (*) desde la Antigüedad griega hasta principios del siglo XX. Espero que este ejercicio contribuya a que el lector tome conciencia de la incontestable excelencia de esta forma de gobierno, al mismo tiempo que expone los perturbadores efectos de la democracia.

    (*) Debo advertir aquí que la palabra «Aristocracia» en mi estudio no es usada como referente a una clase particular de personas, sino como un sistema político dedicado a la promoción del gobierno de los mejores.

  24. Arjun, no se si te das cuenta que tu defensa de la exclusión de los ajenos a la supuesta y pura comunidad te pone en la misma línea que el nacionalismo excluyente de ETA y sus hondas raíces en el pensamiento reaccionario y protofascista de Sabino Arana quien, irónicamente, acabó casado con una no vasca pura.
    En fin no tengo tiempo para más hoy…me voy a la calle a ver cuál es el apocalipsis que con mi guerra de retraso no veo.
    Saludos

  25. Cuando el nacionalismo no puede integrar debe excluir. El nacionalismo, aunque parezca una contradicción, es integrador en su origen. Con diferentes familias, unidas por un fondo común y una voluntad de vivir juntas, se hace una nación.

    El concepto occidental de nación no es el de una tribu numerosa y politicamente organizada, sino una unión y fusión de varios grupos afines con una voluntad manifiesta de vida en común y valores compartidos. Los elementos y los grupos que se resisten a la integración, que se niegan a formar parte del conjunto, deben ser excluidos sin complejos ni titubeos, so pena de verse expuestos a la acción disolvente de estos.

    En mi casa, sólo tienen cabida mi familia, mis amigos y mis invitados, bajo el régimen que yo les imponga según mis intereses y conveniencia, pero ningún extraño que se comporte como si fuera el dueño y tuviera derechos.

  26. Las masas, ¿son ignaras siempre? O, ¿sólo cuando piden un gobierno popular de base amplia?
    ¿Son ignaras cuando aclaman al lider, al monarca a la élite que actúa como cirujano de hierro en tiempos de crisis? ¿Son ignaras en las concentraciones de Nuremberg, en la plaza de Oriente o sólo cuando se manifiestan en Soweto, Delhi, Washington (1963), en un primero de mayo cualquiera o cuando claman por el final de ETA como en 1997 en España?
    ¿Cuándo son ignaras y quién y para qué decide si lo son o sin están imbuidas del correcto espíritu nacional que las guía y las mantiene extáticas en la contemplación del liderazgo o movilizadas irracionalmente -pues son ignaras- en pos de ese gobierno de élites?
    Puede ser útil a tus propósitos, querido Arjún, pulsar los tropos culturales de la crisis cultural de fines del XIX y principios del XX (Toynbee, Spengler, Ortega, etc) pero el papel de las masas y el mismo concepto de masas está muy sesgado y cargado de tendenciosidad como para transportarlo directamente a nuestra crisis cultural actual si es que la hay y sean cuales sean sus parámetros. Si el siglo XX ha sido una época de barbarie no ha sido por los excesos democráticos y populares (que los ha habido) sino por los proyectos violentos de estabilización capitalista bajo cualquier ropaje y a cualquier precio. Hay una gran distancia entre el proyecto republicano a la Jefferson, Adams, etc de construir la nación y el giro imperialista que se inicia a fines del XIX y se consagra con la II guerra mundial. ¿Dónde está en ese proyecto la democracia? ¿es la democracia lo que ha debilitado la cultura americana -si debilitar es la palabra-, es la democracia lo que la ha convertido en agresiva y militarista? o, al contrario…
    Bueno, a más ver que he de irme a la ciudad antes de que se haga tarde y el turco me confunda con un infiel…
    Saludos a todas y todos.

  27. Antigona

    Confieso que no te sigo muy bien. En todo caso me está pidiendo explicaciones acerca de cosas que no he dicho o temas que no he tratado.

    Mi posición es muy simple: considero imperativa la homogeinidad étnica. racial y cultural para garantizar la supervivencia de una nación. Una nación no puede ser un zoológico multirracial ni multicultural, un cúmulo de sociedades paralelas, enfrentadas permanentemente entre si a causa de sus intereses y objetivos antagónicos. Te puedo buscar en Toynbee, Spengler y Ortega lo necesario para argumentarte esto, pero el simple sentido común hace prescindible todo recurso a la erudición para exponer lo evidente.

    Todo lo demás es filosofía de «todo a 100».

    En cuanto a la democracia, te reenvio a mi comentario

    May 13th, 2009 at 22:08 EDT

  28. Siento desmontaros la paraeta queridos amigos pero la homogeneidad cultural, racial (suponiendo que exista eso de las razas más allá de una tipología inventada en el siglo XVIII y recreada en el contexto del imperialismo -por razones obvias como es construir una imagen de inferior para aquel que se va a expoliar y explotar-)y étnica ni ha existido ni existirá jamás. Es un argumento antihistórico. Jamás ha habido homogeneidad cultural pues la cultura es un reflejo de las tensiones sociales que existen y, que yo sepa, siempre ha habido diferencias sociales, digamos de «clase» o de «status», por lo que una cultura dominante siempre lo es sobre la base de la imposición y el silencio de otros grupos.
    Y si leéis un poquito de antropología (Cavalli-Sforza por ejemplo) podremos observar que a lo largo de la historia (y son muchos siglos y milenios no lo olvidemos, que la cosa no empieza con Don Pelayo o la resistencia numantina; ni los íberos y celtas hablaban español y eran católicos) los grupos sociales han emigrado desde África y se han ido mezclando continuamente (así lo demuestra el ADN). A partir de ahí se fueron creando comunidades con continuos movimientos geográficos y mezclas.
    Y hoy con la globalización (empresas españolísimas colocando capitales en otros lugares del mundo por ejemplo), la internacionalización de los capitales, de la cultura o culturas, la necesidad de mano de obra en los países occidentales (hasta que hay una crisis y de repente los criminalizamos cuando ayer los explotábamos en nuestra española Almería, por poner un ejemplo), etc ¿queréis que volvamos a la erótica del establo? Fijaos en los borbones… a lo mejor no es bueno.
    Bueno saludos a todas y todos y hasta la próxima.

  29. bueno, bueno, veo cosas interesantes y creo que pueden matizarse muchas cosas, si me lo permmiten.
    Arjún: no conozco países fundados en el mundo actual sin principios nacionalistas. Billig, Michael. Banal nationalism. 1995. Anderson, Benedict. Comunidades imaginadas. FCE, 2000. Gellner, Ernest. Nacionalismos,… por citar algunos de los más reputados.
    De aquellos polvos estos lodos es algo muy manido que considera que lacausalidad histórica viene determinada por los hechos del pasado. Para matizar esta afirmación que puede llevar a conclusiones erróneas existe toda la teoría de la acción social, que es una teoría como cualquier otra pero con un desarrollo muy interesante.
    El comunismo no se basa en el dinero sino en el capital, que no necesariamente es dinero y si, es una visión económica de la sociedad, de una sociedad que debía surgir como respuesta a la sociedad burguesa (no otra) que era la que dominaba cuando se fundamentaron sus principios y que luego se reformularon desde muchos puntos de vista. Las metateorías como el marxismo y su desarrollo no deben ser interpretadas con sencillez, porque se suelen extraer de su contexto histórico y su historicidad, es decir su cambio en el tiempo.
    La constitución política ideal de las naciones es muy filosófico pero muy poco real, puesto que la filosofía influye en los discursos de los legisladores pero lo hace de una forma transversal y no unidireccional. Hay multiples discursos que interactúan y desaparecen de una forma tan compleja que hacer una exposición seria de una nación y un año concreto es una labor titánica.
    Sobre la excelencia de la aristocracia en el gobierno cabe definir mejor qué se considera aristocrácia, porque igual que democrácia, admite muchas formulas, incluso la orgánica durante el franquismo, y no era una broma.
    Bueno Arjún, lo de la homogeneidad para la supervivencia de la nación suena un poco nazi y no lo comento más. tela.

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