El origen teológico de las utopías e ideologías del «fin de la historia»

El precedente de las utopías e ideologías del «fin de la historia» que nos han azotado en los pasados siglos con un rigor y una letalidad sin precedentes está en ciertas ideas religiosas. El mesianismo judío está al fondo de todas ellas, pero el milenarismo cristiano también aportó lo suyo (Arnau de Vilanova, por José Ramón San Miguel Hevia):

-El comienzo de la doctrina moral de los monjes y los laicos espirituales se remonta a las profecías del abad Joaquín, que a finales del siglo pasado fundó en Calabria el monasterio de San Giovanni di Fiore para desarrollar su interpretación de las Escrituras. Para Joaquín la Trinidad de Dios es un misterio en sí misma, pero al proyectarse sobre la historia de los hombres se convierte en su centro y su modelo, lo que la orienta y da sentido. La humanidad atraviesa por tres tiempos, que son un reflejo de las tres personas divinas: al Padre corresponde la Antigua Alianza, cuando el hombre era todavía un siervo sujeto a la Ley y la Nueva Alianza, inaugurada con la aparición de Jesús el Hijo, es el de la servidumbre filial, y el de la Iglesia, que toma la forma de una comunidad jerárquica. Falta un último momento, el del Espíritu, cuando por fin los hombres serán libres, desaparecerá toda jerarquía, pasando el protagonismo a monjes contemplativos, rescatados de todo poder. Joaquín de Fiore, a la hora de poner fecha a estos tres momentos de la historia, protesta que el no es profeta, pues no hace más que descifrar -y por cierto con gran sobriedad- los textos sagrados. La duración de la primera edad del Padre, tal como figura en el comienzo del Evangelio de Mateo -exactamente cuarenta y dos generaciones desde Abraham a Jesús-, es clave para fechar los otros momentos de la historia. Aplicando la misma medida, el segundo tiempo del Hijo y de su Iglesia durará también esas cuarenta y dos generaciones, cada una de treinta años, según una cronología universalmente admitida. Como 42 por 30 hacen 1260, el año 1260 habría marcado el fin de todo principado y jerarquía y la llegada del estadio definitivo del Espíritu y de la comunidad de espirituales.

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-El cálculo numérico de Joaquín de Fiore -continuó Olivi- se ha cumplido con exactitud matemática, pero en cambio sí han aparecido, y donde menos lo pensaba, los protagonistas de ese drama histórico y su argumento. Sólo cuatro años después de su muerte, pero fuera de la congregación de San Juan de Fiore, aparece en Italia el predicador de la verdad, en la figura de nuestro padre Francisco de Asís, y desde entonces la orden fundada por él será la encargada de preparar la venida del milenio anunciado por el Apocalipsis. El admirable doctor Rogerio Bacon, y todos los misioneros franciscanos enviados a tierra de tártaros, preparan su conversión y la de los musulmanes y judíos y la llegada de un pontífice universal, que renunciará a sus dominios de Roma y seguirá el camino de los espirituales.

Esto último suena masónico, y no es mera coincidencia.

Mirad esta explicación de lo que hoy llamamos «efecto placebo»:

Paso a responder a las objeciones que se pueden hacer a mi doctrina. Y así a quienes nieguen mi condición de espiritual, digo que no hago más que trasladar al tiempo presente la purga contra la jerarquía y las riquezas, con harto peligro por mi parte, pues los enemigos de una iglesia pura necesariamente me causarán conflicto y persecución. Y si dicen que mis cálculos son artificiales e in ciertos respondo diciendo que he procurado, consultando libros de las dos alianzas, testimonios de Padres de la Iglesia y de santos obispos, números de los hebreos y hasta oráculos de los paganos que fuesen auténticos y seguros, pero que esta no es su virtud esencial, pues si mis predicciones son equivocadas, por lo menos sirven para que muchos se conviertan a la vida espiritual, y en último término también una medicina es artificial, pero será del todo verdadera cuando tenga la virtud de curar.

De nuevo, el tema del fin de la historia:

Habían pasado siete años desde este encuentro entre los maestros y en ellos Arnau llevó a la práctica el programa teológico que en tan memorable ocasión defendió. En 1297 había escrito un tratado: Sobre la consumación de los siglos -que en un primer momento pasó inadvertido-, en que cambiaba los anuncios milenaristas de Joaquín de Fiore y sus discípulos por una amenaza de contenido escatológico. Cuando dos años después Jaime II le envió en misión diplomática a la corte de Felipe IV de Francia, aprovechó su cercanía a los pensadores de la Sorbona para iniciar una violentísima polémica contra los escolásticos, que apoyaban sus desarrollos teologales en la filosofía y no en las palabras de Dios. Quienes defendían la doctrina oficial llegaron a encarcelarlo por brevísimo tiempo, y por su parte el médico catalán respondió a sus objeciones con una nueva obra: Tratado sobre el tiempo de la llegada del Anticristo.

En efecto, hay un cambio total. Ya no se propone la instauración del Tercer Reino (el paraiso en la Tierra), sino el fin del mundo del que habla el Credo, con la Segunda Venida de Cristo, lo que sucederá en una situación de gran desorden.

Para acabar, su Confesión de Barcelona:

En presencia de los notarios de la ciudad de Barcelona, Miquel Artiga y Bartomeu Marca hago deposición de mi vida pasada, desde mis enseñanzas en la universidad de Montpellier, tal como figuran en el scriptorium que yo mismo establecí en casa de Pere Jutge boticario barcelonés, y así mismo vuelvo a resumir mi pensamiento en presencia del rey Jaime Segundo y con levantamiento del acta pública por el citado Bartomeu Marca, para que la malicia de mis enemigos no pueda apoyarse en ninguna ambigüedad condenando lo que de ninguna forma quise decir, y en cambio conozca la doctrina que con entera libertad confieso.

Y digo en primer lugar que siempre he sostenido y sigo sosteniendo que no sólo es posible, sino útil para curar las dolencias de la iglesia, conocer el tiempo del Anticristo y el final de los tiempos, pues así los pecadores entrarán en penitencia ante la desaparición de toda hacienda y todo dominio. Y digo también que esta amenaza es cercanísima, y aunque renuncio a precisar el año , para que nadie me acuse de temerario, sí puedo asegurar, siguiendo la profecía de Daniel, la gran campana de la Santa Escritura, que, cualquiera que sea la interpretación de sus palabras, el mundo no puede pasar del siglo que ahora empieza, y por eso hay que vigilar, pues el momento es inminente, pero no conocemos el día y la hora.

Digo también que según la revelación de Nuestro Señor Jesucristo a su apóstol Juan, y según la universal interpretación de la Santa Iglesia, su historia pasa por siete momentos, correspondientes a los siete sellos del libro y las siete trompetas que suenan los ángeles, de los cuales seis ya pasaron, el de los apóstoles, de los mártires, de los doctores, de los solitarios del desierto, de los monjes, y de los frailes menores, otro es el presente, donde reinan el Anticristo y sus seguidores, mayormente los religiosos seculares y regulares, amantes del dominio, llenos de soberbia y sembradores de todo vicio y toda injusticia entre los cristianos, después de lo cual será la próxima consumación de los tiempos y el juicio final Y las dos profecías de Daniel y Juan concuerdan, y su repetición significa que todo está firmemente decretado por Dios, y que Dios lo realizará muy pronto. Y finalmente digo, como experimentado en el arte médica, que el conocimiento de este fin de todas las cosas es una purga amarga, pero tan efectiva, que aunque por imposible no se cumpliese mi anuncio, sus amenazas bastarían para llevar a una infinita multitud a la perfección cristiana.

Mal tenían que estar las cosas para que se pensara que reinaba el Anticristo. Esto muestra que los tiempos gloriosos (lo digo sin ironía) de la Cristiandad medieval tuvieron épocas de gran miseria moral (y aun quedaban los s. XIV y XV por desollar).

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