Lévi-Strauss ante el Islam. Más

Lo traté ya, pero vuelvo a ello con este enlace a un artículo de Juan Aranzadi, DEMASIADO CERCA, DEMASIADO LEJOS, publicado en la revista progre «En Claves de Razón Práctica» en el año 1993. No creo que hoy fuera posible…

Trata de los dos artículos finales de Tristes Trópicos. Os dejo tres extractos. Primero:

¿Cuál es, por ejemplo, el motivo religioso, la raíz última, de la ausencia de estructura, del déficit arquitectónico, de los edificios musulmanes? La razón varía según se trate de mezquitas, mausoleos o palacios, pero en los tres casos remite a los valores últimos del Islam. Limitémonos a las primeras.

Las mezquitas musulmanas, «lugares de postración (masjid significa simplemente «un lugar en el que uno se postra»), no son propiamente templos. Un riguroso monoteísmo, celoso por resguardar la más absoluta Alteridad de Alá, impide cualquier forma de presencia divina sacralizadora de un espacio «teofánico», al tiempo que la ausencia de mediación sacerdotal y ritual en la relación entre el fiel y Dios hace innecesario habilitar un lugar para un culto inexistente.

Una mezquita es simplemente un espacio en el que los «sometidos a la voluntad de Dios» (eso es lo que significa muslim) se juntan para postrarse en común y orar en dirección a La Meca. En principio, la mezquita es superflua, pues la oración es un acto individual que puede realizarse en cualquier sitio y que sólo involucra una relación, vertical entre el hombre y Dios: la oración no es sino el reconocimiento explícito, la proclamación verbal, de la sumisión absoluta del hombre a la omnipotencia divina.

Esa sumisión es lo único que todos los musulmanes, iguales ante Dios en su nadería e insignificancia, tienen en común; esa común sumisión es la única fuente de la comunidad islámica (umma). El fundamento de esa comunidad no son las relaciones entre sus miembros, las relaciones interhumanas, sino su común relación con Dios: no se trata, por tanto, de una comunidad en el sentido de una totalidad orgánica definida por vínculos internos entre sus partes, sino de una masa obtenida por simple agregación o suma, de una aglomeración de individuos que, más que re-unirse, se juntan, y tanto más necesitan juntarse físicamente cuanto más espiritualmente separados e internamente aislados están.

La mezquita no es sino el redil donde se junta y masifica el rebaño de Alá, supliendo con el contacto y la proximidad física la ausencia de vínculo espiritual horizontal. Una «comunidad» definida por una relación vertical con un Dios irrepresentable e infigurable (tanto dramática como plásticamente) y por una acumulación horizontal de individuos adheridos los unos a los otros, sólo necesita para juntarse y postrarse en común ante el vacío un espacio desnudo rodeado por un muro; ésa es la definición mínima de mezquita y ésa es la perdurable exigencia arquitectónica (la perdurable ausencia de exigencia arquitectónica) que el Islam plantea a sus edificios religiosos.

Interesante estas reflexiones sobre las mezquitas como lugares de oración. Como lugares de conspiración son otro asunto. Segundo:

Tres grandes abismos de imposible mediación obsesionan y angustian a los musulmanes, los que separan a la comunidad islámica de las tres principales figuras de su «otredad»: la divinidad, los infieles y las mujeres. Ningún puente ayuda a salvar ese triple abismo, pero tras renunciar a toda mediación, el Islam se las arregla para presentar esa renuncia como solución.

En el caso que nos ocupa esas soluciones son: sumisión a Alá, segregación de las mujeres, tolerante yihad con los infieles. Las tres soluciones son tan simples como paradójicas. Orgullosos, por ejemplo, de profesar el valor universal de grandes principios, como igualdad y tolerancia, no sólo «revocan el crédito que pretenden afirmando al mismo tiempo que son los únicos en practicarlos», sino que, en su filantrópico esfuerzo (yihad) por universalizarlos, convierten insensiblemente, con frecuencia, la tolerancia en guerra santa.

Y tercero:

Para el musulmán la prueba de la verdad y superioridad del Islam no es otra que su victoria; su expansión universal, por las armas si es preciso, constituye un imperativo de fe. El recurso al poder y la fuerza para cumplir ese imperativo religioso no necesita en el Islam, al contrario que en el cristianismo, vencer ninguna resistencia teológica o moral, proceder a sutiles coartadas e hipócritas subterfugios. El musulmán no tiene escrúpulo alguno en el uso del poder ni se preocupa por ponerle límite alguno en su ejercicio práctico, porque el poder es bueno. En definitiva, el Poder es el Valor Máximo de la civilización islámica. Por eso no es una simple boutade, fruto únicamente de su «indéracinable antipathie» por el mundo árabe (PL, pág. 210), la afirmación de Lévi-Strauss de que «si un cuerpo de guardia pudiera ser religioso, el Islam sería su religión ideal: estricta observancia del reglamento (plegarias cinco veces al día, exigiendo cada una de ellas cincuenta genuflexiones); revisiones minuciosas y cuidados de limpieza (las abluciones rituales); promiscuidad masculina en la vida espiritual así como en el cumplimiento de las funciones religiosas; y nada de mujeres».(Tr, pág. 483)

Entre los dos cuernos del dilema de Tylor -«casarse con ellas o guerrear con ellos»- el Islam se decantó sin dudas por la segunda alternativa a la hora de relacionarse con otros grupos. La estricta endogamia religiosa y tribal de musulmanes y árabes (Antaki J., 1989, pág. 243) hunde sus raíces, lejanas y profundas, en «la actitud posesiva respecto a las mujeres del linaje», característica de esas «repúblicas de primos» (G. Tillion, 1966) que eran las comunidades tribales de pastores nómadas cuya fusión con el escrituralismo de las ciudades (Gellner, 1981) dio origen a la civilización islámica: «En todas las sociedades islámicas existe un matrimonio privilegiado: el de la mujer con su primo hermano paterno. Éste tiene incluso un derecho de prioridad sobre su prima y puede -si lo desea- impedir, su matrimonio con otro aun cuando nada más se oponga a ello» (Antaki, 1989, pág. 243).

Acabo en tres para ajustarme al esquema trinitario tan odiado por los muslimes. Pero os dejo lo mejor para otra ocasión, porque el asunto se lo merece.

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