Destape del cuello para arriba, no vayáis a pensar mal.
La foto es de aquí.
* * * * *
ACTUALIZACIÓN: Son estas:
No son especialmente agraciadas, pero están en su derecho.
Destape del cuello para arriba, no vayáis a pensar mal.
La foto es de aquí.
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ACTUALIZACIÓN: Son estas:
No son especialmente agraciadas, pero están en su derecho.
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Abandonan la sala al verlas el rostro….hombre depende, ¿tenían bigote?
Jejeje… Iskander, es que esas moras son tan feas que hay que tenerlas con la cara tapada. Barba y bigote tendrían, jajaja…
Un amigo mío decía….habrá que ver como les canta el ….piiiiiiii….con esos burkas en pleno verano. Estooo, perdón.
No son muy agraciadas, pero me parece mal que os riáis de ellas.
La próxima vez, punto negativo [entre 🙁 y 🙂 ]
Me parecen dos señoras de p.m., con dos ovarios bien puestos y con mucha más integridad moral y ética que por dar un ejemplo nuestras ministras de cuota.
Joer es que empiezan así y termina asomando el pavo por debajo de la falda…
Pues sí, son feísimas, pero están en su total derecho. Al menos se ven mejor que los ratones sebosos esos que tienen detrás…..
Copiado, transformado e inspirado en otro artículo…
***Elucubraciones frente a una niña afgana***
No es tarea fácil poner palabras a unas imágenes. La mayor dificultad no estriba en la belleza del documento fotográfico o en su calidad artística. Lo difícil es añadir algo no dicho ya por esas miradas solemnes y tristes, repetidas en cada fotograma. Cuando están posando para el fotógrafo con sus mejores galas, las niñas saben que se acaba el tiempo en que sus ojos estarán a la vista de todos. Y miran sin esconderse, sin pudor, sin miedo. Miran de frente, fijamente, como si se les escapara el tiempo. Capturan con sus ojos los ojos del otro, en una especie de reto que no podrán repetir muchas veces más. Quizás no pensaba en lo que voy a perder cuando esas miradas claras y libres sean tapadas por la tela opresora ni en denunciar lo que les pasará a esas niñas cuando cumplan los catorce años. Quizás quería mostrar lo que ya no voy a ver cuando el velo caiga sobre ellas. Supongo que esas niñas ríen abiertamente cuando juegan entre ellas, cuando no tienen que tapar su pelo ante un extraño. Sin duda, cubrir el pelo es el primer paso para privarlas de su plena personalidad. La más pequeña deja ver su cabello revuelto y claro cuando mira seria, como si fuera consciente de estar haciendo algo irrepetible. Apenas ha dejado de ser un bebé, pero posa con la dignidad propia de un adulto. Además, el resto del grupo permanece distante, no hay cerca una madre, una hermana, una abuela solícita que pida al fotógrafo que espere mientras arregla la composición. Tiene los puñitos cerrados. Dicen que los niños cierran los puños cuando duermen para sentirse más seguros. Quizás en ella sea un gesto instintivo, como de no saber qué hacer con las manos. O quizás, sin saberlo, cierra los puños para retrasar el momento en el que se le escapen los sueños. Me pregunto: ¿acaso el velo produce un efecto de sometimiento desde el mismo momento en que las niñas empiezan a usarlo? Sólo mirarla en esa foto, y posar mis ojos en los de esa niña, ha de llevarme a reivindicar el fin del burka y de todos los velos, aunque no tuviera un criterio moral, ético y de justicia que me impulse a hacerlo. Cuando le pongan el burka a la niña dorada, voy a perder sus ojos. Cuando a esa niña la obliguen a someterse a esa práctica inhumana, ella perderá la luz del sol; verá los paisajes, las calles, las caras… entre pequeños recuadros, sin horizonte, incompletos. Y habremos perdido su espontaneidad completamente y para siempre. Es el drama de esas mujeres cuya existencia es negada, cuyos cuerpos son sometidos, lapidados, escondidos de la mirada y del respeto de los seres humanos. El burka es la segunda cárcel que soportan las mujeres que viven en Afganistán. Es la segunda cárcel que se suma a la que tienen que soportar todos sus conciudadanos por vivir en un país que se desangra en las guerras encadenadas, que no encuentra un espacio para la convivencia y para la democracia. El burka es el símbolo de la negación de su condición de seres humanos. Tapan a las mujeres para negarles el más elemental de sus derechos: ser iguales que los hombres con los que conviven. Los hombres en Afganistán disfrutan de pocos derechos de ciudadanía, pero se reconocen como iguales por las calles. Sin embargo, a las mujeres se les hace saber que ellas no son iguales, que ellas no existen. Y para negar su existencia, nada mejor que taparlas, que someterlas a la deshumanización, que obligarlas a esconderse de la vista de los demás, que encerrarlas en una cárcel indigna, que para más humillación han de cerrar ellas mismas cada día. Es la humillación y el sometimiento. Es la privación de todos sus derechos. Es la crueldad añadida por la que los hombres obligan a que sean ellas mismas, ya esclavas, quienes enseñen a sus hijas cuál es su destino. Bajo el burka están los ojos, esos ojos limpios que son la luz atrapada en las propias retinas. Bajo el burka están las lágrimas de esas mujeres sin esperanza de recuperar la luz. Dicen las mujeres afganas, esas pocas que recorren el mundo porque pudieron escapar, que bajo el burka no se puede reír porque el máximo esfuerzo está dedicado a poder respirar. El calor asfixia. La tela roza la cara. Los movimientos ágiles se convierten en lentos. Algo tan normal para cualquiera de nosotros como girar la cabeza o alzar la barbilla resultará, dentro de unos pocos años, imposible para esas niñas cuyos rostros hoy contemplo. Lo que para nosotros es tan normal que apenas si lo valoramos –alzar la cara para que el sol bañe nuestro rostro, o sentir cómo las gotas de lluvia resbalan sobre nuestra piel– resultará imposible para esas niñas una vez que sus padres, sus hermanos mayores, sus maridos las envuelvan en esa funda con la que niegan el cuerpo y el alma de sus mujeres. Pero a estas niñas no sólo les espera la cárcel de tela. En la negación de su vida y de su libertad que practican los hombres afganos sobre ellas se incluye el derecho a venderlas a otros hombres cuando apenas si han cumplido catorce años. Muchas se escapan de esa doble cárcel suicidándose. Toman matarratas, combustible, ácidos… Lo que puedan encontrar. La pregunta que me formulo no es si puedo hacer algo más de lo que hago para denunciar esa injusticia. La pregunta –para la que no tengo respuesta– es qué es lo que tiene que ocurrir para que acabe esa injusticia milenaria que hoy sigue esclavizando a tantos seres humanos en todo el mundo. Porque la injusticia contra estas mujeres, ese sometimiento al que son obligadas frente a los hombres y su religión, esa tiranía bendecida por su dios, es mucho más brutal que la falta de libertad y de democracia que sufren tantos ciudadanos de tantos países del mundo.
«La pregunta –para la que no tengo respuesta– es qué es lo que tiene que ocurrir para que acabe esa injusticia milenaria que hoy sigue esclavizando a tantos seres humanos en todo el mundo. Porque la injusticia contra estas mujeres, ese sometimiento al que son obligadas frente a los hombres y su religión, esa tiranía bendecida por su dios, es mucho más brutal que la falta de libertad y de democracia que sufren tantos ciudadanos de tantos países del mundo.»
Respuesta: La erradicación del islam. La resistencia a la tiranía es uno de los más sagrados deberes del hombre. Islam: tolerancia cero. El presente de Afganistán es el futuro de España y Europa si no hacemos lo necesario para erradicar esta plaga monstruosa llamada islam.