Me encomiendo a Walter von Kutzue, delicado cantor y perpetuo borracho de cerveza

Hace tiempo que no hemos tocado el tema del vino. En este caso ha sido, la entrada de Etimologías, Ad limina apostolorum, la que me lo ha recordado. Hoy en día es muy fácil comprobar el significado de cualquier expresión en Internet (STFW!), sin embargo, cuando me la encontré por primera vez leyendo el libro de Álvaro Cunqueiro, La Cocina Cristiana de Ocidente, no me fue tan fácil.

Este es el párrafo en que Cunqueiro utiliza la expresión:

[Me encomiendo] al criado de aquel obispo alemán que iba ad limina, y el mitrado lo mandaba delante con una tiza blanca para que fuese, en las posadas del camino, señalando dónde estaba el mejor vino; el criado con una tiza escribía «Est» y al llegar a la noche ya sabía el obispo dónde detenerse. Pero en Montefiascone fueron tan nobles, tan claros, tan perfumados, tan profundos y diáfanos los vinos de todas y cada una de las tabernas, que el criado se entusiasmó y llegó a escribir en todas las puertas «Est, Est, Est». Y todavía el vino de allá se titula así…

Cunqueiro -otro escritor relegado actualmente por “franquista”, ese adjetivo tan socorrido a la hora de justificar la ignoracia casposa- se encomienda en el apunte de La Cocina Cristina de Ocidente titulado “Los graves catadores” a diversos “graves catadores de antaño”, como el criado de ese obispo. Pero hay muchos más, todos ellos interesantes desde un punto de vista literario, como el maestresala de las bodas de Caná y los tíos de Sancho Panza:

Me encomiendo al maestresala que en Caná de Galilea conoció que era mucho mejor el vino segundo -el vino del milagro- que el vino primero.

Idem a los tíos de Sancho Panza, que catando un tinto manchego, decidió uno de ellos que el vino tenía una punta a hierro y el otro que a corambre, y vaciada la barrica para lavarla se encontró en el fondo de ella una llave que tenía atado un cordobán trenzado, y quedaron ambos apreciados como los más ilustres catadores de la Nueva Castilla, desde los vinos moros de Toledo hasta los antiguos y conocidos campos de Montiel. ¡Fue mucho afinar!…

Pero la erudición de Cunqueiro -que deja en evidencia la incultura y mezquindad de sus murmuradores- alcanza la Borgoña, la Irlanda celta, el Sacro Imperio Romano Germánico:

Me encomiendo al hermano del canciller Rollin de Francia, que está enterrado en Beaune, donde vivió y bebió y recordaba noventa y nueve vinos diferentes, sin equivocarse ni cuando estaba beodo. Dicen que en los últimos años de su vida, si apretaba la lengua con los dientes, aunque hiciese un mes que no bebía ni gota, aquélla rezumaba vino borgoñón, los famosos vinos del Hospicio, que le caía en dos hilos por el mentón…

Y no vacilo en encomendarme a los grandes catadores de sidra y cerveza, porque si hubiera habido en sus reinos vino, la cálida y fastuosa sangre de la tierra, hubieran sido los príncipes de los catadores. Me encomiendo, pues, a Nagh ta Piuch, el gaélico, que distinguía las diecisiete sidras de Irlanda. Un rey de Tara, distraído, metió su mano derecha, adornada con grandes anillos, en una jarra de sidra. Vino Nagh y traía sed y bebió un largo trago de ella.

-Sabe a oro-, dijo paladeando.

Y los anillos reales sólo habían estado un instante en la espuma…

Y finalmente me encomiendo a Walter von Kutzue, delicado cantor y perpetuo borracho de cerveza, porque tenía el don, cuando la cerveza lo habitaba, de oír en su corazón las calandrias de agosto que se habían posado en los varales del lúpulo. Y si no había habido calandrias en aquel lugar, lo conocía y no bebía de aquella cerveza. Seguía a otra posada con su sed y con su laúd.

El afamado “manual de aficionados” 43 Temas sobre el Vino utiliza estos encomendamientos a modo de citas y añade un comentario bastante gracioso a este último:

Antes era el rey, ahora es el juglar alucinado, lo que nos hace pensar que la cerveza que bebía no estaba aromatizada con la cannabiácea habitual (el lúpulo), que posiblemente no se utilizara aun en tiempos de von Kutzue (a quien no hemos podido localizar en ningún registro, dicho sea de paso) sino alguna otra con mayores efectos psicotrópicos: “… cuando la cerveza lo habitada…”. ¡Qué poético!

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