El bombardeo que destruyó la abadía de Montecassino ¿odio anticatólico?

Como os he contado estoy siguiendo este blog que trata asuntos históricos relacionados con el catolicismo. En este caso analizan El bombardeo que destruyó la abadía de Montecassino. Leed esto:

Reconstruyamos los hechos, que tienen muchas analogías con guerras y operaciones militares de nuestros días, comenzando precisamente por aquel 15 de febrero de 1944, cuando, a las 9,24 de la mañana, la abadía de Montecassino fue sacudida por una tremenda explosión, que interrumpe la oración del pequeño grupo de monjes benedictinos que están en el cenobio invocando la asistencia de la Virgen y rezando «et pro nobis Christum exora». Entre ellos está el abad de ochenta años dom Gregorio Diamare y su secretario, dom Martino Matronola, que después publicará un diario indispensable para reconstruir aquellas dramáticas jornadas. Sobre sus cabezas y las de los cientos de refugiados presentes en el monasterio acaba de caer el montón de bombas, de 240 kg. cada una, soltadas por el bombardero estratégico número 666, pilotado por el mayor Bradford Evans, el cual, con un número de código tan inquietante, encabeza la primera de las cuatro formaciones de B-17, las fortalezas volantes estadounidenses, que han recibido la orden de destruir el milenario monasterio que surge sobre la colina. A las fortalezas volantes le siguen otras cuatro oleadas de bombarderos medianos. A las 13,33 todo ha terminado, los monjes están todos salvos, pero varios cientos de refugiados han muerto bajo las bombas, y será difícil, incluso después de la guerra, desenterrar los cuerpos y poner un nombre en las lápidas.

Cambio de escenario. Washington, a las 16.00 horas del mismo día, en Italia ya son más de las 22.00. Han pasado unas doce horas desde el comienzo del bombardeo, y el presidente de Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, abre una rueda de prensa con estas palabras: «He leído en los periódicos de la tarde lo del bombardeo de la abadía de Montecassino por parte de nuestras fuerzas. Los corresponsales explicaban muy claramente que el motivo por el que ha sido bombardeada es que los alemanes la utilizaban para bombardearnos a nosotros. Era un fortín alemán, con artillería y todo lo necesario». El presidente estadounidense parece seguro, con la misma seguridad de los periódicos angloamericanos: La Air Force golpea a los nazis en Montecassino, es el título aquel día del New York Times. Roosevelt, quizá, no sabe que recibirá un clamoroso mentís de la historia, pero a la fuerza ha de notar algo raro en todo este hecho. Incluso para un mundo en guerra desde hace años, para el cual la muerte y la destrucción son el pan de cada día. En efecto, nunca los bombarderos estratégicos habían tenido como objetivo primario un monumento, por lo demás en zona neutral, una propiedad de la Santa Sede, un monasterio famoso en todo el mundo cristiano, un lugar donde se conservaban inestimables testimonios históricos y artísticos. Además desentonaba el despliegue de fuerzas: 453 toneladas de bombas descargadas, en ocho oleadas, por 239 bombarderos. Una enormidad. ¿Cómo se lo iban a tomar los católicos estadounidenses cuando al cabo de pocos meses tuvieran que votar para reelegirlo presidente de los Estados Unidos? En fin, «los bombardeos de un único objetivo que han tenido más publicidad en la historia», como lo definió Newsweek, era aquel día el título principal de los periódicos de medio mundo.

En estos casos, lo más difícil es intentar justificarlo:

Roosevelt, como Winston Churchill desde Londres, tras el bombardeo decide, pues, defender la bondad de la decisión de los mandos aliados en el Mediterráneo. No sólo porque la situación del avance hacia Roma estaba en una fase delicadísima (las tropas aliadas en el valle del Liri estaban bloqueadas, mientras que en la zona de Anzio corrían el riesgo de tener que escapar por mar), sino también porque el general inglés Henry Maitland Wilson, comandante supremo interaliado en el Mediterráneo, afirmaba que tenía «pruebas inconfutables» de la presencia del enemigo en la abadía antes del bombardeo. Y, cuando el 9 de marzo, el Foreign Office inglés pide a Wilson que dé una explicación al Vaticano, basada en hechos, sobre por qué había sido destruido el monasterio, pese a las amplias garantías dadas a la Santa Sede sobre el respeto hacia la abadía, Wilson confirmó que tenía doce «pruebas inconfutables» sobre el uso militar por parte de los alemanes del monasterio, pero sugirió también que habían de seguir en el secreto, para impedir que los alemanes construyeran después falsas contrapruebas. La promesa fue que las pruebas se le darían al Vaticano a su debido tiempo. Tiempo que no llegaría nunca, hasta el punto de que, incluso después de la guerra, hubo que hacer investigaciones y controvertidos estudios históricos sobre los documentos de los archivos militares para concluir que se trató de un error. Una de las pruebas inconfutables de Wilson fue dada a conocer tras la guerra por uno de los protagonistas, el capitán David Hunt, ayudante del mariscal de campo británico Harold Alexander, comandante en jefe de los ejércitos aliados en Italia. Hunt contó que, poco después de iniciar el bombardeo, le pasaron la traducción de un mensaje interceptado a los nazis que decía: «Ist der Abt noch im Kloster?», y la respuesta era «Ja». Abt había sido traducido como abreviatura de “sección militar”, por lo que la frase quedaba así: «¿La sección está en el monasterio?», «Sí». También a Hunt le pareció que confirmaba sus sospechas, la clásica “pistola humeante”, que diríamos hoy. Pero Abt significa también abad. Y, sigue contando Hunt, le bastó con seguir leyendo el texto de la interceptación para comprender que los alemanes hablaban de los monjes del monasterio y no de sus tropas. De todos modos, dijo Hunt, era demasiado tarde para detener a los aviones en vuelo. ¿Cómo es posible un error de esta magnitud? Hay que tener en cuenta también que los servicios secretos muy a menudo ven y oyen lo que creen que más le conviene a quien manda. Así fue también en este caso. No hay más que pensar que después de comenzar el bombardeo, el teniente Herbert Marks, del contraespionaje aliado, que observaba el monasterio con un telescopio, pese a estar comprobado que no había alemanes, afirmó que había visto unos setenta correr desde el pórtico de la abadía hacia el patio. Y un mensaje de la V armada de las 11.00, después de la primera oleada de B-17, decía: «Doscientos alemanes huyen del monasterio por la carretera».

Atención a esto:

la casi totalidad de los periódicos ingleses y estadounidenses habían comenzado desde hacía tiempo una obsesiva campaña en la que se afirmaba que sus soldados estaban pagando con la vida la amabilidad de los mandos militares hacia la Iglesia católica, y que era «mejor una victoria en el bolsillo que un Miguel Ángel en la pared», se comprende por qué Clark se rindió y dio luz verde al despegue de los bombarderos. No sin haber lanzado previamente octavillas sobre el monasterio para avisar a los habitantes que las armas les estaban apuntando. Para los refugiados fue el aviso de una condena a muerte, tanto porque ninguno de ellos quiso creer completamente que se pudiera llegar a tanto, como porque no tuvieron ninguna posibilidad de escapar, al estar rodeados completamente por dos ejércitos en lucha.

No solamente es eso, los judíos siguen acusando al Vaticano –sin importarles impugnar la verdad reconocida- de no haber destruido a la Iglesia Católica en su defensa. Desde luego, hubieran matado dos goyimes de un tiro.

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