Grandísimo artículo (Testimonio de una gran traición) que explica por qué hemos llegado adonde hemos llegado: de una parte, Franco era patológicamente monárquico; de la otra, no tuvo nadie que le propusiera nada mejor. Así de simple.
El artículo se refiere al libro de memorias de Latapié, que tiene en contraportada un foto de él, sonriente, con el Perjuro. Lo leí hace tiempo y no recuerdo que incluya este artículo que son las momerias politicas del Marqués de Valdeiglesias . ¿Moriría desengañado?
El temple de la dinastía que volvió a sentar en el Trono Franco queda bien retratado:
No es, pues, que fuera capaz de oponerse con más eficacia que Franco a la infiltración de su influencia en España, sino que le hubiera parecido absurdo sólo el intentarlo. Lo advirtieron muy bien todos los elementos masónicos y progresistas de España, los cuales anteriormente, monárquicos o republicanos, se apresuraron a instalarse en torno a las banderas de don Juan. Él, por su parte, enarbolaba un solo argumento en favor de su tesis del obligado y pronto traspaso de poderes a Franco a su persona. El de su legitimidad histórica. Ni la República ni la guerra habían significado nada para él. Lo que no hubiera podido reclamar ni de Alcalá Zamora ni de Azaña se lo exigía imperiosamente a Franco. Este, a sus ojos, era un mero usurpador del puesto que a él le correspondía por derecho propio. “Yo soy el Rey porque sí y Franco no puede nada contra ese hecho”. Muchas veces me repitió esta frase.
Por su parte, el fracaso de Franco al no haber sabido oponer un dique a la marea revolucionaria, a pesar de sentir agudamente su presencia, es evidente. Su única disculpa es la falta tota de apoyo que encontró para su empeño en nuestra clase política. Analicemos cómo actuó ésta durante la guerra y después de la victoria.
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Aunque sólo por gestos aislados y esporádicos de don Juan percibía cuáles eran sus verdaderos sentimientos. Recuerdo una vez, por ejemplo en Lausanne, en el principio de los años 40, que al decirle yo a don Juan que lo único que le pedía para cuando fuera rey era que me dejara publicar La Época –prohibida por el régimen franquista—con objeto de poner de manifiesto la tremenda responsabilidad de Gil Robles en nel estallido de la guerra por haber intentado prolongar la vida de una imposible República, don Juan se quedó mudo, con un gesto de contrariedad. Rápidamente me vino a la memoria que su padre, Alfonso XIII, había apoyado al movimiento gilrrobista mucho más que al de los auténticos monárquicos. ¿Sería posible que, aún a la vista de los resultados pudiera el hijo de Alfonso XIII seguir simpatizado con la táctica de Gil Robles? Si alguien hubiera podido decirme que no sólo esa era la verdadera actitud de don Juan sino que iba a nombrar a Gil Robles representante suyo me hubiera quedado mucho más absorto todavía.
De tal palo tal astilla (las negritas corresponden a subrayado en el original):
Claro es que cuando al fin se formalizó la candidatura de Juan Carlos me pasé a ella con armas y bagajes. Y la verdad es que ni por un momento se me ocurrió pensar en que la política de Juan Carlos pusiera ser la misma que la de su padre, corregida y aumentada. Ese reproche que hoy puede dirigirse a Franco –que de hecho le ha dirigido Emilio Romero—de no comprender que los reyes no obedecen más que a sus propias legitimidades, y que en definitiva no había por qué pensar que Juan Carlos fuera a ser más fiel a Franco que su padre, ese reproche, digo, lo acepto plenamente como dirigido a mí. Ni por un momento se me pasó por la cabeza la idea de que la única diferencia entre Juan Carlos y su padre pudiera ser la de que el hijo fuera mucho más cínico y estuviera dispuesto a jurar todo lo jurable con la idea preconcebida de faltar a su juramento tan pronto fuera posible.
El artículo trata también del resentimiento que padre, hijo, y probablente nieto, sientan contra ala figura a quein deben dónde están. Resentimeinto agitado por el patético Gil Robles.
Hay referencia al proyecto constitucional de Arrese en el año 1956, sin refernecia a la monarquí, e inmediantemente descalificado por el resto de las familias del régimen. Y de la posibilidad de cambiar de dinastía trayendo a los Habsburgo, de acendrada resistencia antimasónica.
No es de extrañar pues a la conclusión de Donoso que cierra el artículo:
“El destino de la Casa de Borbón es fomentar la revolución y morir en sus manos” dijo Donoso Cortés. ¿Es un sino personal o es una muestra de su incapacidad para organizar convenientemente el Estado?
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