Don Quijote, espejo de la nación española

Creo que no me he referido al Quijote en todo el año, así que antes de que acabe copio esto, procedente de una reseña del libro España no es un mito, de G. Bueno:

Culmina este libro de contraataque un epílogo, Don Quijote, espejo de la nación española, donde se desmiente el presunto pacifismo o armonismo cervantiano, calificando de impostores a aquellos, como el ministro José Bono, que reivindican a Don Quijote al tiempo que salen huyendo de Iraq. Cervantes no fue acogido generosamente por los musulmanes en Argel, como ha dicho recientemente la ministra ignorante y necia Carmen Calvo –de cuyo nombre Bueno no quiere acordarse–, sino que fue soldado antes que escritor, vencedor en Lepanto y prisionero en Argel. El Quijote está escrito desde la perspectiva del Imperio español entonces existente, ejerciendo el papel de revulsivo, de tábano socrático diríamos, para que los herederos de la gloriosa Historia de España no se duerman en los laureles. Esto implica exaltar, en lugar de sumergirlo entre el fárrago de las numerosas páginas de El Quijote como hacen los pacifistas, el Discurso de las armas y las letras, donde se refuta al irenista Erasmo de Rotterdam y su defensa de las letras; para El Quijote las armas están antes que las letras, pues sin las armas las letras son imposibles: sin las armas no se puede vivir, por lo que Quijote, una vez derrotado y abandonadas las armas, muere, algo que acabaría sucediendo con España si sólo se exhiben manos blancas y buen talante frente a los burócratas que pretenden sentenciar que España no existe, que es una entelequia.

Lo de las manos blancas es vergonzoso (y vergonzante: “Pío, pío, que yo no he sío“). Señores, en un país garantista como la España a la que no os atrevéis a defender, no hace falta pintarse las manos para mostrar la inocencia, la inocencia se supone. Lo que procede es apuntar con el dedo a los asesinos y a los complices, pero para eso los de las manos blancas no tenéis valor. Me temo. El año que viene más.

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