Continúo lo que comencé aquí: Cristianismo… ¡Y nada más!, de C. S. Lewis. Libro I. El Bien y el Mal, claves para entender el significado del Universo. Este es el capítulo anterior: Cristianismo… ¡Y nada más!, de C. S. Lewis. Libro III. La Moral cristiana (primera parte).
Capítulo VI. El matrimonio cristiano
Trata del tema del divorcio. Parte de que para el cristianismo el matrimonio es de por vida. El divorcio o la separación deben considerarse una excepción, un remedio desesperado para casos extremos, no un mero “reajuste de pareja”. La infidelidad es faltar a una promesa hecha al consorte y a Dios. Prometer fidelidad sin intención de intentarlo es un perjurio.
La opinión que actualmente tenemos del matrimonio (además ya ni siquiera se usa esa palabra) viene dada en muchos casos por películas y novelas, que presentan el enamoramiento como algo irresistible (actualmente la cosa es aún más trivial).
“Me enfadaría mucho si los mahometanos intentaran prohibir que nosotros no bebiéramos vino”
Hoy sería considerado islamófobo…
Trata de la preeminencia del hombre en el matrimonio como algo natural. Uno de los dos tiene que tener la última palabra; por otra parte, el hombre debe de ser más caballeroso y diplomático en las relaciones de la familia con terceras partes, mientras la mujer está volcada en la defensa de su casa y sus hijos.
Capítulo VII. El perdón
Es una virtud típicamente cristina. Muy difícil. Desde luego, amar a los enemigos no significa pensar que sean una gente maravillosa. Posiblemente son unos canallas de los que haya que protegerse, a veces con las armas en la mano, hasta destruirlos. Es decir, sin odio, pero con puntería.
Capítulo VII. El mayor pecado.
Es la soberbia, enfrentarse a Dios y prescindir de él. Solo hay algo peor: creerse además bueno, el fariseísmo.
“Cuando encontremos que por ser religiosos pensamos que somos buenos y nos sentimos bien – en particular, que somos mejores que otros – podemos pensar que estamos siendo manejados no por Dios, sino por el Diablo.”
Si además nos creemos elegidos por Dios y nos separamos del resto de la humanidad para esquilmarla y dominarla, podemos calificar al contubernio de Sinagoga de Satanás. Esto no lo dice el libro. Pero, volviendo sobre lo mismo, tampoco podemos considerarnos mejor que los fariseos, porque recaemos entonces en un fariseísmo de mayor grado.
Es curioso que la vida religiosa nos pueda llevar a este pecado, el más grave que existe.
Capítulo IX. Caridad
Actualmente se asocia la caridad con el dar lismosnas, pero la caridad es el amor en el sentido cristiano. Y no es tanto el sentimiento de amar, sino la voluntad de hacerlo. No se trata de sentir afecto por los pobres, sino de ayudarles por amor de Dios, viendo en ellos a uno de sus hijos.
Puede parecer un asunto muy frío dicho así, pero si existe esa voluntad de amar, aparecerá el sentimiento.
Capítulo X. Esperanza
Se trata de una virtud: la esperanza teológica en que a pesar de nuestra maldad, si intentamos honradamente superarla, seremos salvados. Hay dos pecados también grandísimos (pecados contra el Espíritu Santo, Lewis no lo dice) alrededor de ella: la desesperanza, pensar que Dios no nos perdonará algo, y la presunción, dar por descontado que lo hará.
Capítulo XI. Fe
Otra de las virtudes teologales.
La palabra Fe se usa en dos sentidos. Uno como creer en aquellas cosas de las que no hay evidencia. No es ese el sentido de Fe como virtud. Hay que tener en cuenta que el hombre no está completamente gobernado por la razón. Por lo que aunque en un determinado momento esté convencido de algo, puede cambiar. La Fe es, de una parte, la voluntad de mantener una creencia una vez que la razón la ha aceptado, a pesar de las mudanzas de la disposición humana. Por eso es tan importante la oración y la participación en ceremonias religiosas.
Pero hay otro sentido más elevado. Esto es importante para entender la propuesta de la Sola Fide de los herejes protestantes. Lewis propone que intentemos ser perfectos durante varias semanas. Dice seis, que es, más o menos, una Cuaresma. Nos daremos cuenta de que no lo hemos sido, de que no podemos. Pero si no podemos cumplir la ley, entonces no podemos ser salvados por nuestros méritos, sino por la Fe.
Por tanto, nuestra relación con Dios no debe ser tanto la de presentar unas cuentas limpias, porque no podemos, sino reconocer que lo que le presentamos es lo que Él nos ha prestado antes. Lewis advierte que para entender esto, tenemos antes que tratar de ser perfectos y darnos cuenta de que no podemos. Al llegar ese momento, hay que decirle, yo ya no puedo más, el resto debes hacerlo Tú.
Esto soluciona la disputa sobre la Justificación del s. XVI.
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