Que la cachaza de un español -con fama de fogosos- llegue a exasperar a un inglés -con fama de flemáticos- tiene mérito. Lo cuenta Moa en su blog (La pax hispanica se agrieta):
**** Blog: «Las dos líneas de conversos que habían detectado, treinta o cuarenta años antes, se llamaban Franco y Bahamonde. El apellido paterno y el apellido materno del Caudillo». Son seudoexplicaciones algo pueriles, que se encuentran también entre los buenos autores. La conducta de Franco en relación con Hitler no tiene la menor relación con su supuesto origen judío, ni esos apellidos eran judíos. Los judíos cristianizados adoptaban apellidos cristianos convencionales, algunos con más frecuencia que otros, pero que no se convertían por eso en apellidos judíos. Es como cuando se oye decir que «Ortega» o «Jiménez» son apellidos gitanos: «El Caudillo acogió al embajador correctamente, pero sin efusión, y Hoare le cobró inmediata antipatía: «Su voz era muy distinta de los incontrolados y desapacibles gritos de Hitler o de los modulados y teatrales bajos de Mussolini. Era la voz de un médico de cabecera, con buenos modales (…) Me llevó a pensar cómo pudo llegar a ser el joven y brillante oficial en Marruecos y luego el comandante en jefe en una salvaje guerra civil». Su voz, al igual que su calma, exasperaban al embajador: «¿Había algo más en él que no pudiera ser percibido fácilmente, o de qué modo este joven oficial de origen judío, de escasa influencia política y de personalidad nada impresionante, pudo llegar a la más alta magistratura del estado?» No se ha descubierto, por más que se ha investigado, origen judío en Franco; y sin una acusada personalidad parece difícil que se hubiera impuesto una y otra vez a sus muchos, empeñados y peligrosos enemigos (Años de hierro).
Por lo demás, el resto de la especulación de Dumont es aquí ilusoria. A Franco no le gustaban los hebreos, pero tampoco pensó en ensañarse con ellos ni compartía la obsesiva persecución nacionalsocialista. Algunos rabinos defendieron a Franco, pero muchos más lo atacaron, incluso ferozmente, e Israel le jugó la mala pasada de votar contra su admisión en la ONU.
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