300 coches incendiados en la fiesta nacional francesa (Toma de la Bastilla)

Siguen los disturbios por el suicidio en comisaría de cierto Mojamé: Panico en francia, revueltas y coches carbonizados. Sus correligionarios han celebrado la fiesta nacional francesa (Toma de la Bastilla) a su manera: Over 300 Cars Torched – Violence on France’s National Day

Cierta prensa (Violencia en el Día Nacional de Francia) le echa la culpa a «la crisis financiera global y las inequidades sociales que la anteceden generan sucesos violentos en Francia que vuelven a empañar el ánimo festivo de su principal fecha patria.» Increíble.

JC tiene este interesantísmo artículo (Liberté, quand cesseras-tu d’être un vain mot?) sobre la muy sangrienta farsa que llamamos la Revolución francesa. En concreto, la toma de la Bastilla que los franceses celebran es una de los mayores fraudes históricos que se conocen. Y sin embargo… «fiesta nacional», y la derecha traga, no siendo que la llamen reaccionaria:

Un día después del primer saqueo revolucionario a un convento católico parisino (el de San Lázaro), unos mil revolucionarios armados hasta los dientes (con armas obtenidas del expolio de los Invalides) y dirigidos por Pierre-Augustin Hulin, se dirigieron a la prisión de la Bastilla resguardada por un centenar de viejos guardias y algunos Guardias Suizos.

Estos guardias estaban comandados por el Marqués Bernard-René Jordan de Launay, un timorato, veleidoso e inseguro mosquetero de escasa experiencia. La prisión en cuestión se nos antoja repleta de inocentes prisioneros políticos. En realidad sólo había siete encarcelados: dos loquitos, un pervertido encarcelado por incesto y cuatro estafadores.

El comandante de la turba revolucionaria, Pierre-Augustin Hulin, no destacaba por ser especialmente terrorífico. Durante toda su vida siguó la corriente de las masas que lo rodeaban y así llegó a ser nombrado “Conde” por el gran Usurpador Bonaparte años después.

Una cárcel vacía, nada más

En esa su deriva al servicio del tirano de turno, Hulin no dejó de manifestar buenos sentimientos de manera débil: intentó en 1801 salvarle la vida al Duque de Enghien pero el psicópata más cercano se lo impidió, forzándolo a cumplir con la orden del asesinato político girada por el Ogro de Ajaccio.

El 14 de julio de 1789, Hulin también trató, sin éxito, de mostrar cierta compasión en medio de la sed de sangre de la multitud. Logró (con la ayuda de cinco cañones) que el Gobernador de la Prisión de la Bastilla, Launay, se rindiera dándole garantía de que la vida de sus subordinados y la suya serían respetadas. Pero, si algo queda claro al historiador desapasionado, es que los revolucionarios sabían poco de respeto.

El psicópata de turno, Stanislas-Marie Maillard, le impidió al “bueno” de Hulin cumplir con su palabra. Maillard, un monstruo digno de la Revolución, ordenó se asesinara a los rendidos y se les cortara sus cabezas (de paso también asesinaron al alcalde de la ciudad sin juicio previo). No bastándole tal salvajismo, ordenó se ensartaran las cabezas en picas y fueran paseadas por las calles de París. Los Derechos Humanos habían hecho su entrada de payaso en Occidente.

Sigue con una referencia a las «cárceles del pueblo» de los revolucionarios, en las que se prepetraron frecuentes masacres de desafectos a la revolución.

3 comentarios

  1. Un buen punto de reflexión para no-celebrar estas infaustas fechas.

    Añadir brevemente que la revolución francesa abrió el camino al genocidio moderno. Los creadores del absurdo lema de «libertad, igualdad y fraternidad» practicaron una represión feroz contra aquellas zonas de Francia donde no se rindieron fácilmente a su tiranía moderna. El caso más conocido fue el de La Vendée, donde asesinaron a miles de sus habitantes.

    Desde entonces la masonería nos ha ido ganando casi todas las batallas.

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