Capítulo anterior: Los Reyes Católicos, de Luis Suárez (Introducción). Isabel I de Castilla, la Católica, la primera reina que realmente reinó y gobernó
El primer capítulo del libro trata del nacimiento de Isabel, hija de Juan II de Castilla y de su esposa Isabel de Aviz, portuguesa, en 1451. Nació segunda en la línea de sucesión, por detrás de su medio hermano Enrique (hijo un matrimonio anterior del mismo rey). Pasaría después a tercera, tras nacer Alfonso, otro hermano varón posteriormente.
p. 18: Hay una referencia a la orden de los Jerónimos, una orden exclusivamente española vinculada a la monarquía. En Madrid, era la iglesia de los Jerónimos donde se celebraban coronaciones y bodas de los reyes. Más en la wiky.
Su padre muere cuando ella tenía tres años. Enrique (IV) pasa a ser rey de Castilla. Estaba casado, sin hijos; no puedo consumar su primer matrimonio con Blanca de Navarra. Anulan el matrimonio y lo vuelven a casar con vistas a que tuviera descendencia. A los seis años la reina anuncia descendencia, nacería Juana apodada la Beltraneja, por considerarla hija de don Beltrán, un consejero del Rey. Las cortes la proclaman sucesora. Isabel pasa a estar por detrás de ella en la línea de sucesión.
En Aragón muere el Príncipe de Viana, lo que hace a Fernando (el futuro Católico) sucesor. En Cataluña, la Biga (patriciado) no está conforme y se producen disturbios. Se llega a ofrecer a Enrique IV de castilla la corona. La nobleza castellana está dividida al respecto. De una parte se lograría la Unión de Reinos, de la otra los grandes perderían poder frente a la monarquía, porque se haría más poderosa.
Estamos en un período de transición del Feudalismo al llamado Absolutismo. En el Absolutismo hay una unificación de la jurisdicciones y de la autoridad, que en el Feudalismo están muy fragmentadas y distribuidas. Se puede decir que el rey es un primus inter pares con los nobles. Esta unificación es aún así relativa, de hecho subsisten fueros, estamentos, privilegios y exenciones. El verdadero absolutismo es el que trae el liberalismo y la Revolución Francesa, aunque no sea eso lo que cuentan los libros de texto.
En relación con esto:
p. 28: «Absoluto no significaba arbitrario o despótico, sino que ejercía la última, más elevada y definitiva instancia, con independencia de cualquier otra autoridad superior, salvo la de Dios».
A nadie se le ocurre hablar de «Absolutismo» porque el Tribunal Constitucional o el de Estrasburgo o el que sea, tengan la última palabra en la aplicación de las leyes. Aunque hay una diferencia en que sea un comité o una persona quien tiene la última instancia. Por lo demás, no se olvide que la doctrina política del «Absolutismo» hace lícita la rebelión contra el rey devenido tirano, cosa que ningún demócrata o «constitucionalista» está dispuesto a consentir. Contra la tiranía de «el pueblo» nadie tiene derecho a resistir, dicen. Que se anden con cuidado, los demo-tiranos.
p. 29: «Partiendo de la existencia de esa supremacía independiente, limitada por el orden moral, y también por el juramento prestado de obedecer leyes, fueros, privilegios, cartas, buenos usos y buenas costumbres, se planteaba sin embargo, la cuestión capital de cómo debía ser ejercida».
Nada tengo que oponer a la teoría, aunque esa profusión de jurisdicciones me parece un marasmo jurídico imposible de defender porque convierte las garantías en impunidad. En todo caso, el quid de la cuestión es su puesta en práctica. En aquel momento, se trataba básicamente del reparto de poder entre rey y nobleza, pronto mercaderes también.
En este sentido, Enrique IV es un rey muy débil, «los grandes» tienen mucho poder y lo acrecientan. Forman la Liga para pactar con el rey el reparto de poder. Rey y Liga pactan el protocolo de Medina del Campo. Entra las cosas más importantes que se deciden está la constitución y funciones del Consejo Real. Sin embargo, el rey no lo firma, lo que lleva al país a una guerra civil de tres años. La liga nombra rey a Alfonso, el hermano de Isabel.
Advertencia: En un régimen feudal, una guerra civil era cuestión de pequeños ejércitos, nada con la movilización general de la población y la eliminación sistemática de los desafectos típica de las guerras civiles en los estados liberales.
Alfonso muere pronto, Isabel se considera su heredera, no reina, pues sigue reconociendo a Enrique IV, no a su hija (la Beltraneja), considerada ilegítima. Ninguno de los dos bandos se impone, por lo que hay que recurrir a la negociación. Para empezar se acuerda que la legitimidad está de parte del rey Enrique. La discusión se centra en la sucesión. Hay tres posibles sucesores, pero tras la muerte Alfonso, el único varón, quedan Juana al Beltraneja e Isabel, que ya tenía entonces 16 años.
Para la próxima entrega.
La foto es del autor, Luis Suárez.
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