Este es el quinto y último artículo de la serie Los sonámbulos; cómo Europa fue a la guerra de 1914.
La parte II, Crisis, empieza con el asesinato de Sarajevo (capítulo 7), del que se cumple hoy 100 años. Comienzan las investigaciones, que apuntan a Serbia pero no de forma definitiva. Austria deja pasar dos semanas decidiendo qué hacer. En este tiempo se pasa la indignación de la opinión pública mundial, que hubiera de alguna forma justificado la intervención unilateral de Austria.
El capítulo 8 trata de la satisfacción poco disimulada de Serbia tras el asesinato. Las reacciones de Rusia y Francia, que consideran un asunto interno de Austria y exculpan a Serbia. Austria empieza a sondear a Alemania para medir la respuesta. Se decide por el ultimátum a Serbia. Se destaca la sensación de derecho moral que tiene Austria, que la llevó a no medir todas las consecuencias de sus acciones.
El capítulo 9 se dedica a la visita del presidente y primer ministro franceses a Rusia, a mediados de julio, que retrasa el envío del ultimátum. Las conversaciones de ambos países tratan sobre todo de asuntos militares, de la guerra. No es que se prevea el desencadenamiento de la guerra, pero sellan una alianza firme frente a Alemania y Austria. Poincaré inflama los ánimos bélicos de Rusia.
El capítulo 10 narra el envío del ultimátum. Grey y Churchill consideran que el ultimátum era inaceptable, incluso insolente, para una nación soberana. El autor del libro lo compara con el que la OTAN dio a Serbia en 1999 y concluye que los términos de este último eran aún más ultrajantes, una excusa para iniciar los bombardeos. La respuesta de Serbia fue una obra maestra de la diplomacia: parece plegarse en todo pero sin comprometerse a nada en concreto. En principio, Serbia iba a ceder, pero al conocer la noticia de la movilización de Rusia, cambió de idea.
El capítulo 11 trata de la reacción de Rusia, que decreta la movilización tras el ultimátum. Es este suceso el que realmente hace de la guerra un asunto europeo. Además, fue lo que decidió a Serbia a no ceder al ultimátum. El responsable de esto es Sazonov, Ministro de Exteriores ruso, que habría recomendado explícitamente a los serbios no aceptar la oferta de mediación británica. Para el autor, la razón no está tanto en la eslavofilia rusa, cuanto en la búsqueda de una ocasión para hacerse con el Estrecho de los Dardanelos. Parece poco creíble, pues Inglaterra nunca lo permitiría, aunque Rusia fuera un aliado. Si las élites rusas hacían esos cáculos, estaban muy engañadas. De hecho lo estaban, y lo pagaron con su extinción.
El capítulo 12 y último, trata de de los últimos días. Se presenta a una Inglaterra ocupada en otros temas y que solo al final se ve envuelta en el asunto. Oficialmente dan respuestas elusivas a Francia y a Inglaterra sobre la posible participación en la guerra. Hay que tener en cuenta que los acuerdos con Francia y Rusia eran secretos. Francia insiste a Rusia que hará honor a su alianza.
Hay un detalle de la mayor importancia: Rusia y Francia manipularon las fechas de sus registros oficiales para que pareciera que la orden de movilización de Rusia se produjo después de la de Austria. Alemania intentó que el conflicto tuviera solo una dimensión local, de hecho, decretó el estado de riesgo inminente de guerra (anterior a la movilización) solo después de conocer la movilización de Rusia. Y sin embargo, en Versalles, forzaron a Alemania a aceptar la culpabilidad de la guerra.
La participación de Inglaterra se decide el domingo 2 de agosto en una reunión del gobierno al final de la tarde. Al día siguiente Grey explica en el parlamento que dado que la flota francesa está en el Mediterráneo (a consecuencia de la Entente Cordiale), la costa atlántica está desprotegida, lo que forzaría Inglaterra a entrar en guerra si Francia es atacada.
El plan Schliefen consistía en llegar a Paris a través de Bélgica, evitando la línea de fortificaciones francesa entre Belfort y Verdún. Alemania envía un ultimátum a Bélgica el 2 de agosto, pidiendo permiso de paso. La opinión pública belga se indigna; Inglaterra tiene su excusa para intervenir como garante de la neutralidad belga. La presentación de ese ultimátum es considerado un error estratégico por parte de Alemania, ya que retrasó la operación.
La guerra era ya europea, mundial.
En la conclusión del libro hay una referencia al asunto de la culpabilidad. Se menciona al historiador alemán Fischer, que acepta la principal culpabilidad de Alemania.
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Resumiendo. El libro es una interesante narración de los sucesos del desencadenamiento de la guerra, de las alianzas diplomáticas desplegadas antes de esta y del irredentismo e historia de Serbia. Queda demostrado que Alemania apenas tuvo culpa en el desencadenamiento, ni realizó especiales preparaciones para la guerra.
Lo más novedoso del libro, para mí, ha sido saber de las dos guerras balcánicas que tuvieron lugar los dos años anteriores a esta guerra, y el papel, muy activo, de Rusia, que acabaría pagando un precio altísimo: cuando pensó en abandonar la guerra, sus aliados desencadenaron una revolución.
Lo peor del libro es lo que no toca: detrás de todos estos sucesos están las maniobras inglesas para cercar y destruir a Alemania.
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