Esa era la sospecha, pero sin más pruebas que la lógica de los hechos. Pruebas que, sin embargo, ha conseguido la prensa italiana, que ha desvelado con todo lujo de detalles como los servicios secretos franceses organizaron el pasado mes de noviembre en París y en Bengasi con un grupo de traidores libios el golpe para derrocar a Gadafi, que no era un peligro para nadie. Han tenido la habilidad de engañar a varios países para que le ayuden a deponer y/o liquidar a un jefe de Estado contrario a sus intereses. El editorial de El Corriere della Sera acusa a Francia de “querer sustituir a Italia en las relaciones con Libia, desde el petróleo a las relaciones económicas y comerciales”. París tampoco hace nada por ocultarlo; su ministro de exteriores, Alain Juppe, no ha tenido rubor en delinear “como deberá ser el futuro de Libia”, explicando con total desvergüenza quién representa y quién no a los rebeldes. Porque el futuro Gobierno libio no lo decidirán los libios sino los franceses, que estarían incluso dispuestos, según la prensa italiana, a llegar a la partición del país, en la que sus amigos golpistas de Bengasi se quedarían con el petróleo y el gas, y Gadafi con Trípoli, con los camellos y la arena.
Las decisiones de Rodríguez Zapatero han sido una tras otra un rosario de disparates, generalizaciones y maldades que han llevado a este país a la fragmentación, a la ruina económica y moral. No obstante, uno no creía posible una estupidez como la intervención en un golpe de Estado de Francia para derrocar a un presidente amigo. Como en otros golpes similares, los servicios secretos franceses y los golpistas libios han montado una rebelión popular contra la que han disparado francotiradores desconocidos, construyendo así la patraña de defensa de los derechos humanos. Unos derechos que a Francia le importa un pimiento, como le importó un pimiento el exterminio de 800.000 seres humanos en Ruanda, donde enfrentó unas etnias con otras por el control del coltán, un mineral estratégico esencial (1); o los genocidios ignorados en otros países africanos por el control del cobalto, la bauxita o la cromita. La participación de España en el ataque a un país, para cuyo Gobierno no tenemos más que motivos de agradecimiento, no solo es un error histórico y una felonía, es un autentico disparate en lo económico y un desastre potencial en lo político.
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El desastre económico no es que vayamos a gastarnos 30 o 100 millones de euros en la intervención, en la que, por cierto, se está dando una impresión completamente falsa de la situación de nuestras Fuerzas Armadas, en el sentido que puede parecer que tenemos medios de sobra para intervenir en cualquier parte cuando la situación es justamente la contraria.
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España es, o mejor dicho era, la tercera nación del mundo con más intereses económicos en Libia.
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Se repite así de nuevo el desastre económico, corregido y aumentado, que siguió a la traición de Zapatero a sus aliados en Irak, cuando ya la ONU había aprobado la intervención. Una medida que dio la puntilla a la industria naval española, que perdería un gigantesco contrato de mantenimiento de la Sexta Flota en los Astilleros de Cádiz durante diez años. Decenas de miles de gaditanos están hoy en el paro por ello. Cuatro fragatas F 100 para Israel, seis submarinos para Taiwán y dos gigantescos metaneros. Ese fue el coste económico de la traición. Y en lo político fuimos relegados al rincón de la historia y España dejó de estar en el mapa.
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Sin embargo, el aspecto económica, pese a ser importante, puede acabar siendo una broma si se produjera la caída de Gadafi . Sus opositores son mayoritariamente islamistas radicales, que tienen de demócratas lo que servidor tiene de obispo, y que en caso de ganar con nuestra ayuda la guerra abrirían una plataforma gigantesca al Islam radical en todo el Norte de África. El muro de contención que es hoy Gadafi para los terroristas de Al Qaeda que dominan los países de su frontera sur (Níger, Chad o Sudan) desaparecería. Tendrían una salida perfecta al Mediterráneo para extender su guerra santa contra los infieles, es decir, nosotros, financiados además con los inmensos recursos del petróleo libio. Un escenario que se convertiría en apocalíptico, si como es más que seguro, la ultrarradical Hermandad Musulmana, que junto con Francia está abasteciendo a los rebeldes con todo tipo de armas, se hace con el poder en Egipto en las elecciones de octubre.
Yo estoy a punto de tirar la toalla. A estas alturas, hay que decir que cuanto pero mejor. Me jor es que vengan 10 millones de moros en un mes que un millón cada año.
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