Ciorán o ¿porqué le llaman multiculturalidad cuando es una rendición ante el invasor?

Me lo deja Jas en un comentario:

En un pasaje del libro «Desgarradura» [el filósofo rumano E. M. Cioran] escribe lo siguiente, a propósito de sus observaciones cotidianas en París:

«Una noche en el metro miré atentamente a mi alrededor: todos procedíamos de otro lugar… Entre nosotros, dos o tres figuras de aquí, siluetas azoradas que daban la impresión de pedir perdón por su presencia. El mismo espectáculo en Londres.

Las migraciones no se realizan ya por desplazamientos compactos sino por infiltraciones sucesivas entre los «indígenas», demasiado exangües y distinguidos para rebajarse a la idea de un «territorio». Tras mil años de vigilancia, las puertas se abren… Si se piensa en la larga rivalidad que existió entre franceses e ingleses, y franceses y alemanes después, se diría que todos ellos, debilitándose recíprocamente, no tenían más objetivo que precipitar la hora de su hundimiento común para que otros especimenes de humanidad tomaran el relevo.

La nueva Völkerwanderung, al igual que la antigua, suscitará una confusión étnica cuyas fases no pueden preverse con claridad. Ante cataduras tan dispares, la idea de una comunidad mínimamente homogénea resulta inconcebible. La posibilidad misma de una multitud tan heteróclita sugiere que en el espacio que ésta ocupe, no existía ya entre los autóctonos, el deseo de salvaguardar ni siquiera una sombra de identidad. Del millón de habitantes que tenía Roma en el siglo III de nuestra era, sólo sesenta mil eran latinos de origen. Cuando un pueblo realiza la idea histórica que tenía la misión de encarnar, se queda sin motivos para preservar sus diferencias, para cuidar su singularidad, para salvaguardar sus rasgos en medio de un caos de rostros.

Después de haber dominado los dos hemisferios, los occidentales se están convirtiendo en el hazmerreír del mundo: espectros sutiles y ultrarrefinados, condenados a una condición de parias, de esclavos claudicantes y lábiles, a la que quizás escapen los rusos, esos últimos blancos. Ellos poseen aún orgullo, el motor, la causa de la historia. Cuando una nación deja de poseerlo y de creerse la razón o la excusa del universo se excluye a sí misma del porvenir: ha comprendido al fin -por suerte o por desgracia, según la óptica de cada uno».

Pues sí, le llaman multiculturalidad, pero es una rendición ante el invasor que unos políticos traudores y cobardes quieren disfrazar, para que no se les caiga la cara de vergüenza. Veremos en qué acaba.

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