Seguimos con lo iniciado aquí (Jesús de Nazareth, segunda parte (1). La expulsión de los mercaderes del Templo). Es importante leer el final de la parte anterior antes de empezar a leer. Más adelante, en la página 58 se recogen explícitamente las palabras de San Pablo: “No tengo más remedio, y ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!”. ¿Entonces predicamos o «dialogamos»?
p. 59: “Quisiera hacer aquí una referencia a lo que Bernardo de Claraval aconsejaba sobre esta cuestión a su discípulo, el papa Eugenio III. Le recuerda al Papa que no sólo se le ha confiado el cuidado de los cristianos: «Tú eres deudor también respecto a los infieles, los judíos, los griegos y los paganos» (De cons., III, I, 2). Sin embargo, enseguida se corrige, precisando: «Admito que, por lo que se refiere a los judíos, quedas excusado por el tiempo; para ellos se ha establecido un determinado momento, que no se puede anticipar. Deben preceder los paganos en su totalidad. Pero ¿qué dices acerca de los paganos mismos?… ¿En qué pensaban tus predecesores para… interrumpir la evangelización, mientras la incredulidad sigue siendo todavía tan extendida? ¿Por qué motivo… la palabra que corre veloz se ha detenido?…» (III, I, 3).
Hildegard Brem comenta así este pasaje: «Según Romanos 11,25, la Iglesia no tiene que preocuparse por la conversión de los judíos, porque hay que esperar el momento establecido por Dios, «hasta que entren todos los pueblos» (Rm 11,25). Por el contrario, los judíos mismos son una predicación viviente, a la que la Iglesia se debe remitir porque hacen pensar en la Pasión de Cristo (cf. Ep 363)…» (Winkler I, p. 834).
Creo que mezcla dos cosas. Una es la terquedad judaica a reconocer al Logos, que según el Apocalipsis durará hasta el fin de los tiempos; otra cosa es que no haya que advertirles de su terquedad y rezar por ello.
He leído además que la cita de Claraval es una de las pocas que no es de un teólogo moderno. Además se trata de una propuesta que no está fundamentada sino en el cálculo prudencial. En todo caso se opone a las repetidas peticiones de la tradición y de los papas por la conversión de los judíos. La monja citada es conocida es su convento, y poco más. Es decir, en este punto Raztinger (no podemos considerar que hable como Papa contra la grandísima mayoría de sus antecesores…) está creando confusión, incluso división, y no está siendo intelectualmente honrado. Que Dios le perdone, nosotros no tenemos otro remedio que denunciar estos amagos de reverencia a la Sinagoga de Satán.
p. 61: “Entretanto, Israel conserva su propia misión. Está en las manos de Dios, que lo salvará «por entero» en el tiempo apropiado, una vez que el número de los paganos esté completo. Es obvio y nada sorprendente que no se pudiera calcular la duración histórica de este periodo. Pero se hizo cada vez más claro que la evangelización de los paganos se había convertido ahora en la tarea por excelencia de los discípulos, sobre todo merced al encargo particular que Pablo era consciente de haber asumido como carga y a la vez como gracia.”
Desde luego, vista la oposición a Cristo, realmente satánica, es preferible centrar los esfuerzos en los gentiles, pero eso no quiere decir bajar las armas, “dialogar” ni dejar de rezar por ellos, digo yo. Porque sobran pruebas de que no están en manos de Dios, sino del Príncipe de este mundo, Satanás por más señas. Se han arrodillado ante él, y tienen cada día mayor poder material.
Cambiando de tema.
p. 87: “Y, sin embargo, la luz que se había proyectado desde Jesús en el alma de Judas no se oscureció completamente. Hay un primer paso hacia la conversión: «He pecado», dice a sus mandantes. Trata de salvar a Jesús y devuelve el dinero (cf. Mt 27,3ss). Todo lo puro y grande que había recibido de Jesús seguía grabado en su alma, no podía olvidarlo.
Su segunda tragedia, después de la traición, es que ya no logra creer en el perdón. Su arrepentimiento se convierte en desesperación. Ya no ve más que a sí mismo y sus tinieblas, ya no ve la luz de Jesús, esa luz que puede iluminar y superar incluso las tinieblas. De este modo, nos hace ver el modo equivocado del arrepentimiento: un arrepentimiento que ya no es capaz de esperar, sino que ve únicamente la propia oscuridad, es destructivo y no es un verdadero arrepentimiento.”
La desesperación es un pecado contra el Espíritu Santo, imperdonable. Consiste en perder la esperanza en el perdón de Dios. No hay pecado que Dios no pueda perdonar, salvo estos, porque rechazan explícitamente el perdón.
p. 92: “Pero el lavatorio de los pies adquiere en este contexto, más allá de su simbolismo esencial, también un significado más concreto que nos remite a la praxis de la vida de la Iglesia primitiva. ¿De qué se trata? El «baño completo» que se da por supuesto no puede ser otro que el Bautismo, con el cual el hombre queda inmerso en Cristo de una vez por todas y recibe su nueva identidad del ser en Cristo. Este proceso fundamental, mediante el cual no nos hacemos cristianos por nosotros mismos, sino que nos convertimos en cristianos gracias a la acción del Señor en su Iglesia, es irrepetible. No obstante, en la vida de los cristianos, para permanecer en una comunión de mesa con el Señor, este proceso necesita siempre un complemento: el lavatorio de los pies.
… Puesto que también los bautizados siguen siendo pecadores, tienen necesidad de la confesión de los pecados, que «nos lava de todos nuestros delitos».
…
De lo que se trata en el fondo es de que la culpa no debe seguir supurando ocultamente en el alma, envenenándola así desde dentro. Necesita la confesión. Por la confesión la sacamos a la luz, la exponemos al amor purificador de Cristo (cf. Jn 3,20s). En la confesión el Señor vuelve a lavar siempre nuestros pies sucios y nos prepara para la comunión de mesa con Él.”
Creo que está muy bien explicado.
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