Seguimos con lo iniciado aquí (Jesús de Nazareth, segunda parte (1). La expulsión de los mercaderes del Templo). La anotación anterior es esta (Jesús de Nazareth, segunda parte (2). ¿Dialogar con los judíos o predicarles?).
El capítulo cuatro del libro trata del capítulo 17 del Evangelio de San Juan (no os lo perdáis), llamado la Oración sacerdotal. Es un texto impresiónate, junto con los capítulos anteriores, últimas palabras de Cristo a sus apóstoles durante su vida como hombre mortal. No se pueden perder. El capítulo acaba así:
La Iglesia nace de la oración de Jesús. Pero esta oración no es solamente palabra: es el acto en que Él se «consagra» a sí mismo, es decir, «se sacrifica» por la vida del mundo. También podemos decir, dándole la vuelta a la afirmación: en la oración, el acontecimiento cruel de la cruz se hace «palabra», se convierte en fiesta de la expiación entre Dios y el mundo. De eso brota la Iglesia como la comunidad de los que, por la palabra de los Apóstoles, creen en Cristo (cf. 17,20).
Otra cosa:
p. 168: “Josef Andreas Jungmann, el gran estudioso de la historia de la celebración eucarística y uno de los arquitectos de la reforma litúrgica, resume todo esto cuando dice: «La forma fundamental es la oración de acción de gracias sobre el pan y sobre el vino. La liturgia de la Misa se ha originado a partir de la oración de acción de gracias después del banquete de la última noche, no del convite mismo. Este último fue considerado tan poco esencial y tan fácilmente separable que fue omitido ya en la Iglesia primitiva. La liturgia, y todas las liturgias, por el contrario, han desarrollado la oración de acción de gracias sobre el pan y sobre el vino… Lo que la Iglesia celebra en la Misa no es la Última Cena, sino lo que el Señor ha instituido durante la Última Cena, confiándolo a la Iglesia: el memorial de su muerte sacrificial» (Messe im Gottesvolk, p. 24).”.
Tengo leído que el cambio más importante de la nueva misa respecto de la misa de siempre es el ofertorio, que pasó de ser la ofrenda del pan y vino en preparación para rememorar el Sacrificio de Cristo a una bendición judía de ese pan y vino previa a su consumición. En el texto de Ratzinger/Benedicto se menciona sin embargo la idea de sacrificio, frente a la de cena. Ambigüedad y más ambigüedad.
p. 169: “Esto concuerda con la constatación histórica, según la cual «en toda la tradición del cristianismo, tras la separación de la Eucaristía de un verdadero convite (donde aparece el «partir el pan» y «la Cena del Señor») hasta la Reforma del siglo XVI, nunca se utiliza ningún término que signifique «convite para indicar la celebración de la Eucaristía» (p. 23, nota 73).”
Un Papa llamando “Reforma” con mayúsculas a la división herética de la Cristiandad latina por la Protesta… poco edificante ¿no?
Sobre la oración en Getsemaní:
Con esto llegamos a un último punto de esta oración, la verdadera clave para comprenderla, al apelativo «Abbá, Padre» (Mc 14,36). Joachim Jeremías escribió en 1966 un libro importante sobre esta palabra de la oración de Jesús, un libro del que quisiera citar dos ideas esenciales: «Mientras que en la literatura judía de la plegaria no hay prueba alguna del apelativo Abbá dirigido a Dios, Jesús (exceptuada la exclamación en la cruz, Mc 15,34 par.) lo ha llamado siempre así. Por tanto, estamos ante un signo absolutamente evidente de la ipsissima vox Jesu» (Abbá, p. 59). Jeremías demuestra además que esta palabra, Abbá, pertenece al lenguaje de los niños. Es la forma con la que el niño se dirige a su padre en familia. «Para la sensibilidad judía habría sido irreverente, y por tanto impensable, dirigirse a Dios con esta expresión familiar. Era algo nuevo e inaudito que Jesús osara dar este paso. Él hablaba con Dios como un niño habla con su padre… El Abbá usado por Jesús para dirigirse a Dios revela la íntima esencia de su relación con Dios» (p. 63). Por tanto, es del todo absurdo que algunos teólogos sostengan que, en la oración en el Monte de los Olivos, el hombre Jesús haya invocado al Dios trinitario. No, precisamente aquí habla el Hijo, que ha tomado sobre sí toda voluntad humana y la ha transformado en voluntad del Hijo.
El capítulo 7, El Proceso de Jesús, ha regocijado a los judíos, porque dice que les exculpa de la acusación de “deicidio”. Mala cosa -escandalosa- es que los enemigos jurados de Cristo se alegren por las palabras de su Vicario.
A mí me han llamado la atención estas cosas:
p. 201: “Pero eso significa que la cruz respondía a una «necesidad» divina y que Caifás, con su decisión, fue en último análisis el ejecutor de la voluntad de Dios, aun cuando su motivación personal fuera impura y no respondiera a la voluntad de Dios, sino a sus propias miras egoístas.
Juan ha expresado muy claramente esta extraña combinación entre la ejecución de la voluntad de Dios y la ceguera egoísta de Caifás. En medio de la perplejidad de los miembros del Sanedrín sobre lo que convenía hacer ante el peligro que suponía el movimiento creado en torno a Jesús, fue él quien pronunció las palabras decisivas: «No comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera» (11,50). Juan califica explícitamente dicha afirmación como de «inspiración profética», que Caifás habría proferido en virtud del carisma vinculado a su cargo de sumo sacerdote, y no por sí mismo.”.
Pues nada, que lo nombren San Caifás, y que le den el título de corredentor. A lo mejor creen que les van a ablandar el corazón de esta manera. Pa-té-ti-co. ¿No es más razonable hablar de inspiración satánica que de profética?
p. 212: “Pero preguntémonos antes de nada: ¿Quiénes eran exactamente los acusadores? ¿Quién ha insistido en que Jesús fuera condenado a muerte? En las respuestas que dan los Evangelios hay diferencias sobre las que hemos de reflexionar. Según Juan, son simplemente «los judíos». Pero esta expresión de Juan no indica en modo alguno el pueblo de Israel como tal … Esta expresión tiene en Juan un significado bien preciso y rigurosamente delimitado: con ella designa la aristocracia del templo. En el cuarto Evangelio, pues, el círculo de los acusadores que buscan la muerte de Jesús está descrito con precisión y claramente delimitado: designa justamente la aristocracia del templo e, incluso en ella, puede haber excepciones, como da a entender la alusión a Nicodemo (cf. 7,50ss).”.
Pues a mí me parece que cuando S. Juan, judío él mismo, habla de judíos, se refiere a los judíos que rechazan a Cristo, no solo a la aristocracia del Templo, aunque estos eran los principales inductores de ese rechazo. Sigue:
p. 217: “En Marcos, en el contexto de la amnistía pascual (Barrabás o Jesús), el círculo de los acusadores se amplía: aparece el «ochlos», que opta por dejar libre a Barrabás. «Ochlos» significa ante todo simplemente un montón de gente, la «masa». No es raro que la palabra tenga una connotación negativa, en el sentido de «chusma». En cualquier caso, no indica el «pueblo» de los judíos propiamente dicho. … En cuanto a esta «masa», se trata en realidad de partidarios de Barrabás, movilizados para la amnistía; naturalmente, como rebelde al poder romano podía contar con cierto número de simpatizantes. Por tanto, estaban presentes los secuaces de Barrabás, la «masa», mientras que los seguidores de Jesús permanecían ocultos por miedo; por eso la voz del pueblo con la que contaba el derecho romano se presentaba de modo unilateral. Así, en Marcos, aparecen los «judíos», es decir, los círculos sacerdotales distinguidos, y también el ochlos, el grupo de partidarios de Barrabás, pero no el pueblo judío propiamente dicho.
El ochlos de Marcos se amplía en Mateo con fatales consecuencias, pues habla del «pueblo entero» (27,25), atribuyéndole la petición de que se crucificara a Jesús. Con ello Mateo no expresa seguramente un hecho histórico: ¿cómo podría haber estado presente en ese momento todo el pueblo y pedir la muerte de Jesús?”
Este razonamiento está averiado. Desde luego, en la plaza, delante del pretorio, no podían estar materialmente todos los judíos, ni hubo tiempo para organizar elecciones y enviar representantes (ya puestos a prolongar el mode de razonamiento ratzingeriano). Desde luego, no todos los judíos de entonces fueron responsables de la muerte de Cristo, como no todos los franceses fueron responsables del Terror revolucionario, ni siquiera todos los revolcuinarios, pero eso no pone cuestión el carácter francés de los sucesos, ni que la infamia que supone seguir celebrando el 14 de julio y la Revolución en general les sea reprochable a todos los franceses, salvo a los que explícitamente reconocen que fue una carnicería y la rechazan. No es el caso de los judíos, que siguen odiando a Cristo hoy en día tanto como “la aristocracia del Templo”. Todos y cada uno, en la práctica.
Atención a esto:
p. 220: “En caso de que el «pueblo entero» hubiera dicho, según Mateo: «Su sangre caiga sobre nosotros y nuestros hijos» (27,25), entonces el cristiano recordará que la sangre de Jesús habla una lengua muy distinta de la de Abel (cf. Hb 12,24); no clama venganza y castigo, sino que es reconciliación. No se derrama contra alguien, sino que es sangre derramada por muchos, por todos. … De la misma manera que, basándose en la fe, se debe leer de modo totalmente nuevo la afirmación de Caifás sobre la necesidad de la muerte de Jesús, también debe hacerse así con las palabras de Mateo sobre la sangre: leídas en la perspectiva de la fe, significan que todos necesitamos del poder purificador del amor, que esta fuerza está en su sangre. No es maldición, sino redención, salvación. Sólo sobre la base de la teología de la Última Cena y de la cruz, que recorre todo el Nuevo Testamento, las palabras de Mateo sobre la sangre adquieren su verdadero sentido.”
Para empezar, Benedicto pone en duda las palabras de San Mateo, algo ya de por sí inaudito, pero va mucho más allá proponiendo que, aunque fueran ciertas, significarían que habría que entender la petición de que la sangre de Cristo cayera sobre ellos como una petición de redención. Esto parece broma. Siguen rechazando a Cristo, siguen considerando esencial su eliminación para el Judaísmo, sin embargo, dice que «significan que todos necesitamos del poder purificador del amor, que esta fuerza está en su sangre». Y yo que pensaba que el significado de una expresión está en la intención de quien la dice… Ingenuo de mí. Para rematarlo dice que con esa interpretación las palabras –antes dudosas- adquieren verdadero sentido. Este método «histórico-hermenéutico» obra milagros.
p. 305: “en la tradición en forma de confesión se nombra como testigos [de la Resurrección] solamente a hombres, mientras que en la tradición en forma de narración las mujeres tienen un papel decisivo; más aún, tienen la preeminencia en comparación con los hombres. Esto puede depender de que en la tradición judía se aceptaba solamente a los hombres como testigos ante el tribunal; el testimonio de las mujeres no se consideraba fiable. La tradición «oficial», que está, por decirlo así, ante el tribunal de Israel y del mundo, debe atenerse, pues, a estas normas para poder afrontar el proceso sobre Jesús, que en cierto modo continúa.”
En el Islam, el testimonio de la mujer vale la mitad, en el Judaísmo tradicional parece ser que no valía nada. Curioso.
El libro acaba con la Ascensión de Cristo y una referencia a su Segunda Venida en majestad. Los dos últimos párrafos del libro del no se sabe bien si teólogo Ratzinger o Papa Bendicto XVI es este:
Volvamos una vez más a la conclusión del Evangelio de Lucas. Jesús llevó a los suyos cerca de Betania, se nos dice. «Levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos subiendo hacia el cielo» (24,50s). Jesús se va bendiciendo, y permanece en la bendición. Sus manos quedan extendidas sobre este mundo. Las manos de Cristo que bendicen son como un techo que nos protege. Pero son al mismo tiempo un gesto de apertura que desgarra el mundo para que el cielo penetre en él y llegue a ser en él una presencia.
En el gesto de las manos que bendicen se expresa la relación duradera de Jesús con sus discípulos, con el mundo. En el marcharse, Él viene para elevarnos por encima de nosotros mismos y abrir el mundo a Dios. Por eso los discípulos pudieron alegrarse cuando volvieron de Betania a casa. Por la fe sabemos que Jesús, bendiciendo, tiene sus manos extendidas sobre nosotros. Ésta es la razón permanente de la alegría cristiana.
El tono no se corresponde con la situación real de la Cristiandad, pero es lógico que trate de dejar un buen sabor de boca.
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