Es, precisamente lo que hace falta. Solo así van a despertar:
Los atentados que destrozan desde hace años los mercados populares de India son, en general, rápidamente olvidados, pero los ataques en Bombay, ciudad emblemática del «milagro» económico indio, han activado esta vez la alerta de las clases medias y acomodadas.
El comando islamista eligió la semana pasada golpear el corazón de esta megalópolis cosmopolita y trepidante que los indios llaman el «Nueva York de Oriente», al atacar dos hoteles de lujo, tiendas y restaurantes frecuentados por las élites y los nuevos ricos de la décima economía mundial.
No era la primera vez que ocurría algo parecido en Bombay. El 12 de marzo de 1993, dos series de ataques contra una decena de barrios provocaron 257 muertos, y el 11 de julio de 2006, otros ataques coordinados contra la red de trenes dejaban 186 muertos. Sin embargo, «aquello no nos afectaba directamente», dice Aditi Choksey, un próspero comerciante.
Pero esta vez «conocíamos a gente que murió. Es como si nos hubiera sucedido personalmente», añade este patrón de una fábrica textil que esta semana se manifestó en Bombay en solidaridad con las víctimas de lo que la prensa local llama «el 11 de septiembre indio».
Desde hace tres años, el gigante asiático se ha visto azotado por un atentado cada tres meses aproximadamente, y el ritmo se ha acelerado desde hace un año, con más de 300 muertos, incluidos los 172 de los ataques de Bombay, perpetrados del 26 al 29 de noviembre.
Trenes, estaciones, lugares de culto, mercados, oficinas, administraciones e incluso barrios exclusivos de Nueva Delhi han sido blanco de los ataques. Sin embargo, una vez pasada la jornada de cobertura mediática, lo que prevalece en India es la indiferencia, denuncian los sociólogos.
Los millones de privilegiados de este país de 1.100 millones de habitantes tienen la sensación de que esas tragedias apenas los conciernen, porque afectan principalmente a las clases populares.Pero los ataques inéditos contra la capital india de las finanzas y del cine ha tenido un efecto de choque, apunta A.N. Roy, director adjunto del Instituto de Ciencias Sociales de Nueva Delhi.
Dichos atentados «han sacudido a las élites, que tienen reputación de autocomplacientes», destaca el profesor.
Así, en los restaurantes y los bares de moda de la ciudad, ya no se habla tanto de economía, sino de terrorismo y de la incapacidad de las autoridades de noquearlo. Muchas indias elegantes cubiertas de joyas y vestidas a la moda europea salieron a las calles de Bombay una semana después de los atentados para apremiar al gobierno y a la policía en su investigación de los hechos.
Otros optan directamente por el compromiso.
Rishabh Srivastava, un ingeniero informático de 22 años, ha decidido enrolarse en el ejército por cinco años. «Quiero servir mi nación, estar en el frente», asegura.
Pero este altruismo podría ser un fuego fatuo, advierte el sociólogo Roy.
«Dentro de poco, la gente volverá a su vida normal. Hasta el próximo atentado», dice.
Esperemos que no sea cierto.
Tras los atentados en Bombay, la élite india se siente tocada
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