De por qué Aguirre no puede ser la esperanza del PP

Es una obligación desengañar a los derechistas que aseguran que Aguirre es la rama liberal del PP, o que su discurso es una alternativa a Rajoy. No hay ninguna evidencia al respecto. La política de Aguirre en la Comunidad de Madrid es una política clientelista de concesión de privilegios a los grupos de presión de los que cabe esperar réditos electorales. Inmigrantes y homosexuales pueden estar contentos con Aguirre, los católicos preocupados por el aborto tienen muchos motivos para estar preocupados. Nada hay más antiliberal que el uso del dinero público para comprar clientes políticos. Nada hay más antiliberal que anunciar a bombo y platillo en los medios de comunicación que Madrid tiene unos excelentes servicios sanitarios y educativos públicos cuando los madrileños que se lo pueden permitir prefieren la sanidad y educación privadas.

Tampoco es Aguirre una garantía contra la rendición ideológica de Rajoy ante las izquierdas. En el discurso del 8 de abril en el Foro ABC, Aguirre hablaba de dar batalla ideológica al PSOE, pero para ir más lejos que él en sus propuestas. Mas lejos de la prudencia, del buen sentido y de los valores tradicionales, como expone este artículo del Catoblepas (El ideario histórico-político de la «no-izquierda»):

Manifestó que las posiciones ideológicas que dividían a las sociedades occidentales eran el socialismo y el liberalismo (…). A continuación, analizó las causas de la derrota electoral del Partido Popular (…). La razón de ello estribaba, a su modo de ver, en la habilidad del PSOE para dar una imagen completamente negativa del Partido Popular, al que mostró ante la opinión pública como un «nasty party», «un partido antipático, anticuado, al que cuesta mucho trabajo ganar terreno entre sus contrincante». Tanto la Ley de Matrimonios Homosexuales como la Ley de Memoria Histórica, supusieron dos «trampas ideológicas», de las que Rodríguez Zapatero supo sacar ventaja. (…) Y, como conclusión, afirmó: «No me resigno a que el Partido Popular no dé batallas ideológicas y sea capaz de ganárselas a los socialistas».

El razonamiento de la Sra. condesa parte de una premisa falsa, lo que necesariamente lleva a conclusiones erróneas. La premisa falsa es que “las posiciones ideológicas que dividían a las sociedades occidentales eran el socialismo y el liberalismo”. El liberalismo es ya la primera generación de la izquierda, como muestra Gustavo Bueno en su libro El mito de la izquierda. Incluso al liberalismo conservador se le puede hacer el reproche de los tradicionalistas: “conservadores de la revolución”. En efecto:

En su desdichado discurso, la presidenta de la Comunidad de Madrid asume, de hecho y con todas sus consecuencias, los planteamientos de la izquierda. Demuestra, en fin, que una parte importante de la derecha española sigue siendo esclava de la cultura de sus antagonistas.

El artículo expone, y estoy de acuerdo con él, que el liberalismo no es la respuesta a los problemas actuales de Europa. Del liberalismo hay que salvar una libertad de contratación lo más amplia posible, y poco más:

Y es que el liberalismo carece de respuestas para no pocos de los problemas que acucian a las sociedades occidentales. Pongamos un solo ejemplo: la caída de la natalidad. El liberalismo ni siquiera lo reconoce como un problema, ya que, desde su perspectiva, tener o no tener hijos lo considera un asunto que pertenece exclusivamente al ámbito de decisión individual, por más que tenga indudables repercusiones sociales. Sencillamente, no tiene nada que decir al respecto. En la ideología liberal subyace un individualismo que, llevado a su extremo, se desvincula de las responsabilidades sociales básicas y del futuro colectivo. Y éste sería precisamente el diagnóstico aplicable ahora a una Europa con la natalidad en caída libre, con una inmigración que es, al mismo tiempo, necesaria e indeseada, y por lo tanto conflictiva, y con unas señas de identidad cada vez más problemáticas.

En su remontada histórica, Aguirre se ve en la necesidad de buscar en un pasado mítico el anclaje de la derecha. Básicamente será la Restauración, aunque se agarra incluso al clavo ardiendo de la izquierda de la República:

En el fondo de sus reflexiones, late el intento de institucionalizar primero en la derecha y luego, si se puede, en el resto de la sociedad española, una determinada interpretación del pasado. (…) Este proyecto pasa por identificar, de una forma tan unilateral como unidimensional, la tradición nacional con el liberalismo. Pero, en esto como en todo lo demás, la señora Aguirre dista mucho de ser original. Desde su nombramiento como sucesor de Fraga, José María Aznar López y sus amanuenses se autodefinieron como herederos de «la tradición liberal y constitucional española»; y, siguiendo a Francis Fukuyama, consideraron el liberalismo como «la única ideología con derecho de ciudadanía en el mundo contemporáneo». Su marco histórico de referencia era el régimen de la Restauración, bajo cuya égida la sociedad española consiguió, a su entender, «unos niveles de paz, estabilidad, prosperidad y civilidad hasta entonces desconocidos». Claro que la artificiosidad y el oportunismo de esa construcción histórica se puso de manifiesto cuando Aznar recurrió a Manuel Azaña, crítico implacable de la Restauración, para avalar su alternativa política, presentando al presidente republicano como representante de «un patriotismo crítico, creativo, activo, digno y liberal». El régimen de Franco aparecía, en cambio, como «un largo período de excepción» y de «dictadura». La ocurrencia hizo reventar de gozo y de risa a la izquierda cultural en general y al excomunista Jorge Semprún en particular

Aprovechando el bicentenario, nuestros “liberales” han llevado al máximo la remontada histórica reescribiendo el significado de la Guerra de la Independencia y La Constitución de 1812:

En rigor tal interpretación carece del más elemental fundamento histórico. Se trata de un remake de la legitimación realizada por el muy minoritario liberalismo español para avalar políticamente la convocatoria de Cortes y su ulterior legislación. Existe, sin embargo, un consenso básico entre los historiadores a la hora de señalar el contenido tradicionalista del movimiento del 2 de mayo y de la posterior lucha popular contra el Ejército francés. Así lo sostiene José Manuel Cuenca Toribio: «El carácter y legitimidad genuinas del masivo y, en puridad, universal y unánime alzamiento antinapoléonico se compendian, sin discusión posible, en el exaltante lema –«Dios, Patria y Rey»–, cupiendo que los hombres y mujeres que lo protagonizaron colocaran y dispusiesen de los sustantivos del trinomio según sus preferencias e impulsos». No menos taxativo es José Alvárez Junco, para quien la sublevación de 1808 tuvo un «carácter de cruzada contra el ateísmo ilustrado-jacobino moderno». De hecho, el propio Napoleón definiría la Guerra de la Independencia como una «revuelta de frailes».

Pese a esta realidad social y política y a los consejos del lúcido Jovellanos, el único pensador de altura en aquellos momentos, partidario de la reforma del modelo político tradicional, la cohesión ideológica, el activismo, la juventud y la osadía de los liberales forzaron la convocatoria de Cortes constituyentes siguiendo el modelo revolucionario, que luego cristalizaría en la Constitución de 1812. Sin embargo, el balance histórico de las Cortes gaditanas y de su obra política distan mucho de ser positivos. Su misma reunión y la asunción del principio de soberanía nacional supuso, según Juan Pablo Fusi, «un verdadero golpe revolucionario por el que, en ausencia del rey y en una situación de vacío de poder, un congreso de diputados de escasa representatividad y elección dudosa, y sin mandato previo constituyente, se apoderaba de la representación nacional…». No menos crítico de muestra Alejandro Nieto, quien insiste no sólo en la ausencia de legitimidad democrática, «dado que los autoproclamados representantes de la nación no fueron delegados del pueblo, y ni siquiera de la provincia, sino designados directamente o cooptados en el mejor de los casos», sino en su traición a la mayoría de los españoles, «puesto que impusieron la ideología de las clases cultas y no la del pueblo llano, que era decididamente contraria». «Doble usurpación –de forma y de fondo– que habría de tener secuelas incalculables. Porque la mitad de los españoles no se identificó con tal Constitución y, gracias a ella, quedó España dividida en dos mitades irreconciliables». Por otra parte, la debilidad social de los liberales gaditanos les hizo caer en flagrantes contradicciones; lo que se plasmó en el artículo de la Constitución donde se consagraba el catolicismo como religión de Estado y la ausencia de declaración de derechos. Como señala Joaquín Varela: «Los liberales doceañistas se vieron obligados a aceptar esta intolerancia religiosa y este clericalismo constitucional como consecuencia del sentimiento religioso tradicional del pueblo español, exacerbado durante el período histórico en que se elaboró la Constitución de Cádiz».

Ahora leeos esto.

El artículo reprocha a la derecha que se avergüence del franquismo, al que reivindica –como uno de los períodos históricos más exitosos de España, no como modelo para la actualidad, por supuesto- con argumentos como estos:

Salvador de Madariaga publicó, en 1935, su obra Anarquía o jerarquía, donde propugnaba un régimen autoritario y corporativo. Otro liberal, José Ortega y Gasset, exiliado durante la contienda ante la amenaza de los revolucionarios, apostó por el bando nacional (…). Marañón apoyó igualmente a Franco durante la guerra civil, denunciando el maridaje entre las autoridades republicanas y el comunismo.

En el marco del régimen autoritario, las elites franquistas intentaron llevar a cabo algunas de las tareas inconclusas del liberalismo. En primer lugar, la «nacionalización de las masas».

En segundo lugar, el desarrollo económico. (…) Entre 1961-1964, el PIB creció a un ritmo del 8´7 % anual, proporción solo superada por Japón; en 1973, la renta per cápita española superó a la de Irlanda, Grecia, Portugal y los países socialistas; en 1975, la distribución de la renta entre la población se equiparó a la del resto de Europa.

Veamos la situación de las libertades (los liberales suelen hablar, metafísicamente de la Libertad):

A diferencia de los regímenes comunistas o de «socialismo real», el franquismo no destruyó la sociedad civil. A partir de las reformas económicas y políticas, fue emergiendo una sociedad compleja, rica en matices, plural. No pocos observadores extranjeros se dieron cuenta de las profundas diferencias entre un régimen autoritario, como era el español, y el totalitarismo comunista. Así lo expresó un liberal tan insobornable como Raymond Aron: «En la España franquista, los estudiantes y los intelectuales no fingían ser franquistas a la manera de los intelectuales y estudiantes de Europa del Este deben manifestar su adhesión al marxismo-leninismo. Los estudiantes de Madrid no disimulaban, en modo alguno, sus opiniones más o menos marxistas; las obras de Marx y de sus discípulos se vendían en todas las librerías (…) Los obreros y los estudiantes experimentaban la ausencia de libertad sindical o intelectual como la privación de un derecho natural, como una humillación nacional». No muy lejos de aquella perspectiva, se encontraba el eminente filósofo polaco Leszek Kolakowski, antiguo marxista expulsado de la Polonia comunista por sus críticas al régimen stalinista; y luego convertido en uno de los grandes críticos del marxismo. Significativa fue, en ese sentido, su polémica con el historiador marxista británico Edward Palmer Thompson, un socialista ortodoxo y algo utópico que, a la altura de 1974, se vanagloriaba de no haber visitado nunca la España de Franco. El filósofo polaco no dudó, por el contrario, en confesar que había veraneado en España en dos ocasiones; y en señalar lo que, en aquellos momentos, sonaba a herejía en ciertos sectores políticos e intelectuales, que el régimen de Franco ofrecía «a sus ciudadanos más libertad que cualquier país socialista»: «Los españoles tienen las fronteras abiertas (no importa por qué motivo, que en este caso son los treinta millones de turistas que cada año visitan el país), y ningún régimen totalitario puede funcionar con las fronteras abiertas. Los españoles no tienen censura preventiva, allí la censura interviene después de la publicación del libro (se publicó un libro que a continuación fue confiscado, pero entretanto se habían vendido mil ejemplares; ya nos gustaría tener en Polonia tales limitaciones), en las librerías españolas pueden comprarse las obras de Marx , Trotsky, Freud, Marcuse, &c. Igual que nosotros, los españoles no tienen elecciones ni partidos políticos legales pero, a diferencia de nosotros, disfrutan de muchas organizaciones independientes del Estado y del partido gobernante. Y viven en un país soberano». Otra víctima emblemática del «socialismo real», el escritor ruso Alexander Solzhenitsyn, autor de Archipiélago Gulag, se admiró, al ser entrevistado por el presentador de televisión José María Iñigo en el programa Directísimo, de las libertades disfrutadas por los españoles en comparación con la cotidianiedad totalitaria de la URSS. Como Kolakowski, el escritor ruso señalaba que, a diferencia de cualquier lo que ocurría en su patria, los españoles no estaban vinculados a un lugar determinado, que podían salir libremente de su país, que en los kioskos de Madrid se vendían los principales periódicos europeos y americanos, que funcionaban libremente las fotocopiadoras, etc, &c. Y concluía: «¡Si nosotros tuviéramos las libertades que tienen ustedes, nos quedaríamos boquiabiertos, exclamaríamos que es algo nunca visto!». Lo pagó caro Solzhenitsyn, al tener que sufrir las críticas, descalificaciones y chanzas del grueso de la intelectualidad progresista española. No sería la última vez.

En fin, leedlo entero: El ideario histórico-político de la «no-izquierda»

2 comentarios

  1. Empiezas atacando a la derecha de Aguirre por liberal y continuas alabando al Franquismo como buen gobierno, pero no creo que se llegue a ningún éxito democrático elogiando una dictadura. La derecha democrática sabe muy bien esto, por eso huye de la relación directa con el franquismo, aunque a veces haga guiños a los nostálgicos.

    No confundas liberalismo con neo-liberalismo, es como confundir gestión con corrupción. El neo-liberalismo se vale de los valores liberales, adjudicándoselo a corporaciones (no a personas), para justificar y mantener el poder de unos pocos, el poder económico. Y no tienen moral, porque el dinero no tiene moral.

  2. ¿? Creo que lo que muestro es que Aguirre NO es liberal, mas que de boquita.

    > alabando al Franquismo como buen gobierno, pero no creo que se llegue a ningún éxito democrático elogiando una dictadura.

    Bueno, es difícil negar que fue con Franco cuando en toda España dejó de ser una preocupación comer caliente. eso no es un éxito democrático, es un éxito, simplemente.

    Tienes un cacao que me deja maravillao.

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