La oposición carlista a Franco

Comentaba aquí Montcalm que al hablar de la oposición a Franco me había olvidado de los Carlistas. Como le respondí, no es el caso; simplemente, no quise ponerlos en la lista de la vergüenza de los antifranquistas canallas. Pero es cierto, los carlistas se echaron al monte para salvar vidas y haciendas –como es la obligación moral de quien se ve acosado hasta los extremos deuterorepublicanos-, pero volvieron a la vida privada tras comprobar que “no era eso” por lo que se habían dejado la piel, y algo más.

Su oposición fue más bien testimonial, Aquí hay algunos ejemplos:

«Acabó la guerra. Mi padre ya no tuvo actuación política, puesto que en mi familia, ni él, ni ninguno de nosotros, reconocimos en ningún momento la legitimidad del gobierno de Franco, ni admitimos ningún favor de él, directo o indirecto

(…)

En aquella época también hacíamos lo que llamábamos ‘saltos’, es decir un grupo pequeño, generalmente los domingos, en el Retiro o en el paseo de Recoletos, que empezaba a gritar en contra del Régimen y a favor del carlismo. Fue siempre un fracaso, pues la gente por casualidad reunida era partidaria del Régimen de Franco y ahogaba nuestras intervenciones.» (2000:89-90.)

Una vez más, lo encuentro esto en una web del círculo del “católico ateo” Gustavo Bueno, quien hizo una vida razonablemente normal durante el franquismo –como la práctica totalidad de los españoles- pero no tiene esa mala conciencia que les hace a otros escupir a destiempo sobre el muerto.

3 comentarios

  1. «En aquella época también hacíamos lo que llamábamos ‘saltos’, es decir un grupo pequeño, generalmente los domingos, en el Retiro o en el paseo de Recoletos, que empezaba a gritar en contra del Régimen y a favor del carlismo. Fue siempre un fracaso, pues la gente por casualidad reunida era partidaria del Régimen de Franco y ahogaba nuestras intervenciones.» (2000:89-90.)

    En 1942, tras hacer unas pintadas, fue detenido junto con su hermano y un amigo, y tras cuatro días en los calabozos de la Dirección General de Seguridad, interrogado en un Juzgado Militar. «Recibimos anónimos de grupos falangistas amenazándonos, no los hacíamos caso ni realmente nos acobardaban. El 10 de marzo de 1942 mi hermano fue apaleado en la Cibeles. Ocurría siempre algún incidente en esa fecha, día de los ‘Mártires de la Tradición’ para los carlistas. (…) En esta época se pensó que podía haber una invasión alemana, y recuerdo que empezamos a pensar en prepararnos para organizar alguna clase de resistencia; afortunadamente no fue necesario.» (2000:91)»

  2. ¿Y esto qué?

    «En 1950 contrajo matrimonio con Lourdes Martínez Gutiérrez [con la que tuvo cinco hijos –Luis, Ignacio, Carlos, Miguel y Ramón– y cuatro hijas –Carmen, Coro, Lourdes-Tachi y Margarita–, todos vivos cuando falleció en 2001] (..)»

    «En 1951 inicié una «gran pequeña» aventura, la creación con poquísimo dinero mío de la Editorial «Cálamo». A ello me indujo Vicente Marrero, oriundo de Arucas, en Canarias, que después de la Universidad se había ido a Alemania a estudiar con Heidegger en Friburgo. Todos creíamos que había muerto en los últimos años de la guerra o primeros de la posguerra, hasta se llegó a celebrar su funeral en la Universidad. Pero un día apareció, nos volvimos a ver, también con Rafael Gambra, y decidimos crear esa editorial que tenía la sede en mi propio domicilio; mi esposa [Lourdes Martínez Gutiérrez] escribía los libros y llevaba la contabilidad con la ayuda de un joven canario, González, que la ayudaba y hacía recados. Publicamos cuatro libros, en la Colección Esplandián, pero Rafael Gambra no llegó a preparar el que nos había prometido. Los dos primeros fueron de Vicente Marrero: Picasso y el toro y El embrujo de la danza española, también fue suyo el cuarto, El poder entrañable. Picasso y el toro fue un gran éxito, traducido a muchos idiomas y con varias ediciones. Nadie podía esperar que de un grupo carlista saliese en 1952 una de las primeras obras no críticas sobre Picasso en España.(…)»

    «En 1953, como «no podía soportar la vida burocrática en la que a uno le pagaban por hablar mal de los jefes», aceptó una oferta de la empresa Royal Insurance y abandonó la Dirección General de Seguros, (…)»

    «En 1955 Mapfre contaba con 200 trabajadores y estaba prácticamente en quiebra. Cuando en 1990 Ignacio Hernando de Larramendi decidió jubilarse (un año antes de la edad reglamentaria) como alto consejero y consejero delegado (nunca llegó a ser presidente de esa Mutua), Mapfre tenía 10.000 trabajadores y se había convertido en la principal empresa del sector en España, con una importante presencia en América.(…)»

    «En los años de la posguerra inmediata interviene activamente en la reorganización clandestina de la A.E.T. (Asociación de Estudiantes Tradicionalistas), que se reunía en los locales de la Academia Mella que en la calle del Barquillo ofreciera a los estudiantes tradicionalistas su propietario, el sacerdote D. Máximo Palomar del Val. Participaban en aquellas reuniones Rafael Gambra, Francisco Diez Tejada, Pueyo Alvarez, Fernando Polo, Portabales, entre los jóvenes, y también iban, «con más años pero idéntico entusiasmo», según nos dice Manuel de Santa Cruz en el tomo correspondiente a 1939 de su obra Apuntes y Documentos para la Historia del Tradicionalismo Español, 1939-1966, su padre, D. Luis Hernando de Larramendi, así como D. Luis Ortiz y Estrada, D. Luis Alonso y D. Amancio Portabales.
    Las reuniones, que tenían un claro enfoque intelectual, con orientación distinta a la del momento político imperante, se mantuvieron pese a las frecuentes visitas de la policía, hasta que por problemas económicos D. Máximo Palomar hubo de vender la Academia Mella.
    Tras un periodo de una menor proximidad a las actividades de la Comunión Tradicionalista, se involucra nuevamente en éstas ya en los años cincuenta, tratando de propiciar un clima de unidad en los carlistas para la solución del problema sucesorio, fomentando la candidatura de D. Javier de Borbón Parma.
    En esos momentos en que, además, se debate el colaboracionismo o anticolaboracionismo con el Régimen (con sucesos que tanto le impresionarían como el enfrentamiento físico y jurídico de Juan de Diego y José María Valiente), participa directamente en las actividades de la Comunión.
    Las masas carlistas le ven siempre como un hombre serio, valioso, honesto y anticolaboracionista. Y así, las juntas de Navarra y de Valencia, entre otras, le proponen para formar parte de la secretaria general de la Comunión Tradicionalista que D. Javier pretende designar. Tratan, además, de que su presencia sirva de contrapeso a la figura de D. José María Arauz de Robles, de quien ya entonces se sospechaba su intención de reconocer la rama dinástica de D. Juan de Borbón.
    D. Javier de Borbón Parma, en carta dirigida a José María Valiente el primero de febrero de 1956 (que recoge Manuel de Santa Cruz en el tomo 18.1, correspondiente a 1956, de su obra citada), le dice: «La junta de Navarra me escribe para pedir que coadyuvase en el Secretariado Ignacio Hernando de Larramendi. Es un ‘chico listo’ que vale. Tiene muchas relaciones con elementos fuera y dentro de la Comisión y en el extranjero. Pero no contesto a los navarros antes de haber recibido tu parecer, si lo crees oportuno o no, de aceptar a Luis Larramendi (¡el hijo!).» (…)»

    ««Ignacio Hernando de Larramendi: He renunciado a mi patrimonio para no dejar hijos de rico. Entrevista de Luján Artola y Alex Rosal al máximo ejecutivo e impulsor de MAPFRE (1955-1990). Ignacio Hernando de Larramendi es modelo de muchas cosas, pero lo que más llama la atención es el haber «construido» una empresa de prestigio a lo largo de 40 años con las «herramientas» de la Doctrina Social de la Iglesia. Un ejemplo poco común en España. Este empresario vasco cogió las riendas de Mapfre en 1955 con 200 trabajadores y prácticamente en quiebra. 50 años más tarde se jubiló despidiéndose de sus 10.000 trabajadores y situando a Mapfre como la primera aseguradora del país, además de incluirla en el IBEX-35 durante varios años. Un empresario de éxito, cuyo legado es la obra de un católico ejemplar «con fe de carbonero», y que sin proponérselo ha creado en Mapfre un modelo de empresa según la Doctrina Social de la Iglesia.
    —¿Usted ha renunciado a ser rico, verdad?
    —No he tenido la tentación de ser rico. Me ha gustado vivir bien, pero no dejar a «hijos de rico» que siempre han tenido una existencia fatal. Creo que a mis hijos le ha beneficiado el saber que no iban a tener rentas. En vez de dárselo a mis hijos, he cedido todo mi patrimonio –1.000 millones de pesetas– a la Fundación Hernando de Larramendi que tiene por objeto favorecer proyectos de la Iglesia católica y premios de Historia del Carlismo.
    —¿Cuál es el secreto de su éxito como empresario?
    —El secreto de mi triunfo en Mapfre se basa en un cierto instinto empresarial. Tratar a la gente bien; ser veraz y serio. Cuando entré en Mapfre la empresa estaba en quiebra y tenía 200 trabajadores. Tuve que echar a 100. No había más remedio. Y siempre di la cara ante los despedidos. Entonces esos empleados no tenían la esperanza en cobrar la nómina. De los que entonces despedí sólo uno se enfado conmigo. Los demás lo comprendieron. Hay que dar la cara en estas situaciones difíciles y no procurar que los puestos intermedios hagan ese papel.
    —¿Cuál ha sido su manera de dirigir Mapfre?
    —He tenido por norma dar siempre la cara. En la empresa hemos creado una cultura que algunos denominan «mafristas». Los propios trabajadores se sienten parte de una empresa seria, y eso es muy importante para que se sienten orgullosos. La prueba es que nunca ha habido una tensión social dentro de Mapfre. Durante muchos años no había ni comité de empresa. Teníamos que buscar a los más anarquistas para que organizarán la cuestión sindical porque nadie tenía necesidad de reclamar o luchar por algún derecho ante la empresa. (…) »

    «—Por razones personales quiero que se sepa que todo el patrimonio que dejaré a mi muerte, y la de mi esposa, es de unos 50 millones de pesetas. Pero lo importante de mi acción han sido las aportaciones anuales que se destinan a Fundaciones de interés general, no empresarial. Creo que en 1999 han sido más de 2.000 millones de pesetas. Pienso que en mi vida he contribuido a mejorar situaciones, a crear bienestar a empleados y delegados, y a dar ejemplo para que otros mejoren. Tengo conciencia de no haber hecho mal nunca a nadie a sabiendas. Debería haber hecho más pero no he podido. Señalo con orgullo que me he mantenido en mis creencias religiosas, con «fe de carbonero», como aprendí de mis mayores y dejo a mis descendientes; me honra. Mi actuación además demuestra que es posible el éxito sin pelotazos ni dependencia política ni financiera, cuando esto parece un obstáculo en la sociedad en que vivimos. Sólo para el final una palabra a Lourdes, mi esposa. Gracias.

    —¿Cuáles son los consejos que recomendaría a los ejecutivos de hoy en día para tener el éxito en la gestión empresarial que usted ha tenido a lo largo de su carrera?
    —Básicamente diez principios, sencillos pero claros: es indispensable ser ético para ser rentable; austero en los gastos; decir la verdad; no hacer trampas… ni con Hacienda; ser serio en el trabajo; equidad en las decisiones; transparencia ante trabajadores y clientes; objetivo en el juzgar; dar la cara ante las dificultades, y por último, gran respeto por los trabajadores.» (…)»

    «Lo primero que hizo al frente de Mapfre fue bajarse el sueldo y despedir al chófer. Al chófer y a la mitad de la plantilla: «La empresa tenía entonces 200 empleados y yo tuve que echar a 100. No había más remedio. Y siempre di la cara ante los despedidos. Entonces, esos empleados no tenían esperanzas de cobrar la nómina. De los 100, sólo uno se enfadó conmigo. Los demás lo comprendieron. En este tipo de situaciones hay que dar la cara». Larramendi remozó la vetusta compañía, diversificó sus servicios, instó a los directivos a compartir secretarias para reducir costes y estableció unos principios éticos desconocidos hasta entonces en cualquier empresa española. Mapfre empezó a asegurar camiones, autobuses o negocios arriesgados. Muy influido por su experiencia en EEUU, Larramendi introdujo las llamadas técnicas de control de riesgos. Reducía las primas a aquellas empresas que instalaran alarmas antiincendios o sistemas de seguridad. El resultado, según un amplio artículo que The Financial Times dedicó a la empresa en 1991, fue «una compañía eficiente con una revolucionaria organización que minimizaba la jerarquía y otorgaba mayor poder a los mandos intermedios». Mapfre factura hoy más de 3.000 millones de euros (unos 500.000 millones de pesetas). Ignacio Hernando de Larramendi siempre rehuyó la notoriedad. Jamás le dio un duro a ningún partido político. Nunca hizo vida social ni tuvo jamás yates, ni fincas, ni aviones, ni cortijos. Sus nueve hijos supieron desde antes de acabar el colegio que no iban a poder pelearse por su herencia. Su patrimonio actual no superaba los 50 millones de pesetas. El resto lo había donado a diversos proyectos benéficos y a la investigación sobre la causa carlista. «Nunca he querido que mis hijos fueran como esos hijos de millonarios que siempre han vivido existencias fatales. Creo que a ellos les ha beneficiado el saber que no iban a tener rentas». Ni rentas ni sueldos, porque don Ignacio prohibió a todos sus familiares (hasta el tercer grado de parentesco) ocupar cargos en la empresa.»

    Y eso que los carlistas estaban contra el progreso y querían destruir los ferrocarriles…

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