Catedrocracia, así se titula la tercera parte del libro de Johnson, después de las partes tituladas Israelitas y Judaísmo. Empieza con una referencia a Benjamín de Tudela, del que podéis leer aquí más. Los judíos en la Edad Media fueron un grupo fundamentalmente urbano, dedicados a tareas artesanales y administrativas. En el Imperio Romano de Oriente sufrían una discriminación similar a la de la dimitud mahometana o a la de los noáquidas en el propio judaísmo (ciudadanos de segunda, “facilidades” para la conversión al cristianismo, prohibición de montar a caballo o construir nuevas sinagogas…) (p. 169-70).
En la Europa occidental, aunque eran una pequeña minoría, desempañaron un papel importante, dicen Johnson: eran los únicos capaces de calcular cambios de moneda, de escribir una carta de negocios y de hacer que una mercancía se llevara de un sitio a otro mediante su red de conocidos. Además eran muy activos, incluso los rabinos trabajaban. (p 171-2).
Uno de los asuntos más debatidos fue el de la usura, que no implica necesariamente intereses altos. El judaísmo prohibía el préstamo a interés entre judíos, pero no a gentiles [Nota: El judeófilo Johnson pasa por alto que prohibe perdonarle los intereses a los gentiles]. Sin embargo, con el tiempo se pudo justificar como simple asunto de necesidad económica.
En el Islam, aunque teóricamente su situación era peor (dimis), en la práctica era más tolerable. Para empezar la islamización fue progresiva. En los primeros siglos la mayoría de la población siguió siendo cristiana. Además, compartían con los musulmanes muchos usos, como circuncisión, tabúes alimenticios, abluciones…
Entre los siglos VIII y XI, el lugar en que mejor vivieron fue España. Los visigodos llevaron a cabo una política antisemita sistemática, por lo que ayudaron a la conquista árabe, dice Johnson. Hasta el s. XI, los judíos fueron muy bien tratados por los musulmanes. Pero tras las invasiones beréberes (almorávides y almohades) y el fin de los omeyas cambian las cosas. El primer pogromo europeo tuvo lugar en Granada
A consecuencia de esta persecución emigraron a la España cristiana o a otros países musulmanes, por ejemplo Maimónides. El libro sigue con una disquisición sobre Maimónides, las dinastías de rabinos, las academias. Maimónides como Santo Tomas, trata de adaptar la filosofía aristotélica a su credo religioso. Su principal libro de filosofía es la Guía de Perplejos (p. 192). Maimónides trata de racionalizar la fe judía y ataca las supersticiones, el misticismo y el esoterismo cabalístico. Encuentro muchas ideas suyas que, para mí, muestran la influencia musulmana, aunque podría ser al revés, la que el islam tomó muchas cosas del judaísmo:
“La Torah no es un libro más sobre Dios, preexiste a la creación en la misma manera que Dios también preexiste”. (p. 179) Es decir, la misma pretensión que el Corán… Creo que es un sucedáneo del Hijo-Logos. La Torah contiene “la más perfecta descripción de la sociedad universal”. Resuena como el alcorán: “sois la comunidad más perfecta que jamás haya existido”. (p. 180) Y nosotros dándonos golpes en el pecho…
En fin, pretender que racionaliza la fe judía quien considera la Torah anterior a la Creación parece un tanto contradictorio.
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Una curiosidad: las leyes judías para el sacrificio de los animales son similares a las de los mahometanos: Solo se puede comer de especies permitidas sacrificadas conforme a diversas normas, “al matarlo hay que pronunciar una bendición. Se corta el esófago y tráquea de los animales con un cuchillo cuyo filo se prueba pasándolo tres veces por el dedo y tres por la uña, para asegurarse de que no está boto. (…) El matarife ha sido nombrado por el rabino”. Además no se puede comer sangre, por lo que hay que sangrar al animal por completo. Al cocinar la carne hay que tenerla en agua con sal para asegurarse de que no queda ni una gota. El ordeño también está sujeto a norma. Así mismo no se puede utilizar una misa vajilla para platos con carne y platos con productos lácteos (p. 203).
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